Un personajillo del colorín nacional, ese cubano llamado Dinio, que desembarcó en España como amante de una folklórica y que evolucionó hasta convertirse en actor de cine porno, acuñó, seguramente sin saberlo, una de las frases con mayor contenido intelectual de los últimos tiempos: la noche me confunde.
La macrofiesta de Halloween, en el Madrid Arena.
(Fuente: estrelladigital)
Dinio lo decía en el mismo sentido que la frase tradicional y popular de en la oscuridad, todos los gatos son pardos. Lo decía para justificar que sus designios y certezas durante el día se volatilizaban durante la noche. Que de día se prometía ser fiel a la folklórica, y de noche se olvidaba. El pasado jueves, festividad de Todos los Santos, desayunábamos con la noticia y las imágenes de que varias chicas (en un principio tres, pero una de las heridas graves falleció al día siguiente) habían muerto en la avalancha producida por motivos en principio desconocidos, en una macrofiesta de Halloween que se celebraba en el espacio municipal llamado Madrid Arena. El solo hecho de que algunas jóvenes, en la flor de sus vidas, paguen con su muerte una cierta idea de la diversión nocturna ya resulta estremecedora. En un principio, se hablaba de accidente mortal. Pero todavía nos quedaba asistir a la parte más macabra y truculenta de esta historia, protagonizada por todos los que, de una u otra forma, se benefician de este concepto multitudinario y gregario de la diversión nocturna. Madrid Arena es un pabellón multiusos, propiedad del Ayuntamiento de Madrid, situado en plena Casa de Campo. Se puede utilizar para toda clase de eventos masivos, sean espectáculos deportivos, congresos de diversa índole, presentaciones multitudinarias, mítines políticos, macrofiestas, o muchas otras variantes. Claro que nos hemos enterado, a posteriori como es habitual, de que carece de licencia de funcionamiento. Que parece que no resulta obligatoria al ser de titularidad municipal (¿cóóómo?). Hemos sabido que, siendo alcalde Ruiz Gallardón, se inició la tramitación de una licencia de funcionamiento, con la idea de privatizar el pabellón (venderlo a alguna empresa privada). Las dificultades para la obtención de dicha licencia parece que llevaron al traste esta iniciativa, y se abandonó el proyecto. En este país de asalariados y funcionarios (bueno, y en estos tiempos, también de parados) ser empresario no es precisamente una buena fórmula para conseguir la popularidad. Pero ser empresario de la noche tiene una gama de contenidos oscuros (supuestos, sugeridos, imaginados, susurrados,...) que raya en la peste social. Para organizar una macrofiesta con motivo de Halloween (esa fiesta anglosajona en torno a la imaginería funeraria y los zombies, importada aquí con gran éxito popular) el Ayuntamiento de Madrid alquiló el pabellón Madrid Arena a un empresario de la noche (la empresa Divertt, S.L.). Su cabeza visible es Miguel Ángel Flores, al que alguna prensa llama sin rubor magnate de la noche madrileña. A mí nunca me han gustado las aglomeraciones. No es que me produzcan ansiedad, pero me generan una sensación de incomodidad, tanto física como intelectual. Me parece inverosímil el hecho de compartir la misma diversión con decenas de miles de (im)perfectos desconocidos (mi sentido gregario es extremadamente limitado); me produce desazón no tener claro el placer (o el daño) que acabaré obteniendo de esa copa de dudoso origen; y los miles (o millones) de vatios de sonido provocan que mi diafragma entre en resonancia, y siga vibrando enloquecido incluso muchos minutos después de abandonar el recinto. Es por ello que, ni incluso cuando era mucho más joven de lo que soy hoy, nunca he frecuentado espectáculos masivos. Pero parece que buena parte de la juventud actual sí obtiene placer de estas aglomeraciones, porque las macrofiestas (con decenas de miles de asistentes) se reproducen por doquier. Los botellones callejeros masivos ya forman parte del paisaje urbano en muchas ciudades, y cada vez que se acerca alguna celebración señalada se organizan macrofiestas en espacios públicos de diverso pelaje. Conocidos los luctuosos hechos de la madrugada del jueves pasado, un portavoz del Ayuntamiento de Madrid se apresuró a proclamar a los cuatro vientos que, oficialmente, la macrofiesta de Halloween en el Madrid Arena tenía todos los papeles en regla. De acuerdo a ello, pues, la muerte de las cuatro chicas fue provocada por un fatal accidente. Sin embargo, hemos ido conociendo diversos detalles que desmienten esta voluntariosa intervención de Miguel Ángel Villanueva, vicealcalde de Madrid. Quien, por cierto y presuntamente, tendría algo más que complicidad y compañerismo con el empresario de la noche M.A. Flores. La primera polémica se presentó respecto al número de asistentes. En la configuración de macrofiesta, parece que el aforo de Madrid Arena no debería superar las 10.600 personas. La empresa comunicó que había vendido oficialmente a través de su web la cantidad de 9.650 entradas. Pero la celebración de la macrofiesta no se comunicó a la SGAE, por lo que esta no podrá verificar este extremo. Muchos de los asistentes han declarado a la Policía que la sensación era de que allí dentro hubiera mucha más gente. Se han recogido testimonios de jóvenes a quienes no se les devolvió la entrada tras acceder al recinto (habitualmente se inutiliza la entrada de alguna forma -para que no se pueda utilizar varias veces-) lo que sugiere que pudiera haber un canal secundario de venta adicional de entradas (que algunas entradas se vendieran varias veces). Además, se habla de un número de hasta 9.000 entradas más que se habrían vendido (a comisión de tres euros por entrada) por diversos relaciones públicas expertos en la noche madrileña y relacionados con la empresa organizadora. Todo apunta a que el número real de asistentes podría estar cercano a las 20.000 personas. Lo que constituiría no solamente un atentado a la seguridad sino también un fraude fiscal y una estafa económica. Por su parte, la beatera e ínclita alcaldesa de Madrid, Ana Botella, contribuyó a la ceremonia de la confusión con declaraciones repletas de esa ingenuidad letal a la que tan acostumbrados nos tiene. Prometió que el Madrid Arena nunca más se volverá a alquilar para eventos de este tipo mientras sea de titularidad municipal (¿por qué, si todo estaba en regla y lo sucedido no es más que un fatal accidente?¿es que piensa en venderlo mañana?). Manifestó su sorpresa (¡¡¡???) de que en una fiesta nocturna con decenas de miles de jóvenes circule el alcohol con libertad y otras drogas con bastante fluidez. Y, para colmo, se vistió de luto riguroso en su siguiente aparición pública para dar el pésame a las familias de las fallecidas.
Aglomeraciones en los pasillos y vomitorios.
(Fuente: que)
La noche no es un entorno que a los adultos nos parezca aconsejable para nuestr@s hij@s o para los jóvenes en general, pero no nos queda más remedio que transigir, ante el empuje de la juventud y lo atractivo de la oferta que los empresarios de la noche ofrecen regularmente. Nuestra obligación es definir unas reglas del juego y obligar a que se cumplan, para conseguir que sea lo más difícil posible que se produzcan esos fatales accidentes, y tratar de inculcar en los jóvenes que tengamos cerca la necesaria responsabilidad para intentar evitar que la noche les atropelle. Pero nunca hemos conocido la respuesta a esta ingenua pregunta: si todos mis amig@s van a ir, ¿por qué yo no?. Personalmente mantengo una relación muy amigable con el alcohol. Me gusta tomar un poco de buen vino con las comidas, y una copita agradable antes o después de la cena. Accidentalmente, en alguna ocasión, empujado por las circunstancias, puede sobrevenir la borrachera (alguna he tenido que vivir en mi pasado). Pero no consigo entender que la borrachera pueda ser el objetivo de la noche. La macrofiesta de Halloween en el Madrid Arena exigía ser mayor de edad (más de 18 años) para poder acceder al recinto. Pero esto parece que no se cumplió tampoco; de hecho, una de las chicas fallecidas tenía sólo 17 años. Si se colaron cuatro o cuatro mil menores será el sumario que se está instruyendo en la actualidad el que deba dilucidarlo. Los obligatorios controles de entrada parece ser que nunca existieron realmente, o que se desmantelaron con prontitud. La organización de la fiesta, pues, se manifestó incapaz de garantizar que sólo pudieran acceder al recinto los poseedores de una entrada legal (y oficial); de que no pudieran acceder menores de edad; de que nadie pudiera acceder portando objetos potencialmente peligrosos (desde navajas a bengalas, como la que parece que fue la causa inmediata de la mortal avalancha). Los organizadores renunciaron a las obligaciones que les impone la sociedad, y sucumbieron al beneficio económico de cuanta más gente mejor, cuantos más asistentes más copas se sirven y más caja se obtiene. Y, más allá de los resultados oficiales, en dinero negro. El Ayuntamiento de Madrid, como garante de que se cumpla la ley, también ha fallado. Ciertas connivencias parecen indicar la existencia de corruptelas diversas o intereses bastardos, incompatibles con su alta misión. Y ya el colmo es que algunas manifestaciones públicas de las autoridades, como las del Fiscal General del Estado, Torres Dulce, parecen sugerir que los culpables de esta catástrofe son los propios jóvenes o los padres consentidores. De ninguna forma podemos dejar pasar eso. Los jóvenes tienen derecho a divertirse de la forma que les parezca más conveniente, y tienen derecho a exigir a la sociedad que les proporcionen las razonables condiciones de seguridad para hacerlo. Y los padres son los sufridores en casa. Muchos pasaron horas de agonía esa madrugada, hasta que consiguieron contactar con sus hij@s.
Todas las reglas deben ser las correctas, y hay que cumplirlas todas. Los culpables de estas muertes son todos los que se saltaron las reglas más elementales, los corruptos, los codiciosos. Cuatro chicas murieron en Madrid este jueves víctimas de la desidia de las autoridades (cuando no de su corrupción) y de la codicia de los organizadores, que no repararon en admitir a muchos más asistentes de los que legal (y físicamente) cabían en el Madrid Arena, aunque fueran menores de edad.
En resumen, los fatales hechos que provocaron la muerte por asfixia de cuatro chicas jóvenes, han iluminado el escenario de la noche madrileña de todos los días (especialmente de todos los fines de semana): beneficio económico por encima de cualquier otra consideración; fraude fiscal masivo; corrupción de los poderes públicos, que abdican de sus responsabilidades y obligaciones; total desprecio por la protección a los menores; tráfico incontrolado de todo tipo de sustancias estupefacientes, con total opacidad tanto económica como sanitaria. Los buitres de la noche campan a sus anchas, ante la mirada acuosa y extraviada de unos poderes públicos incapaces de entender el mundo que les rodea y que, incapaces de domarlo o cambiarlo, sucumben al canto de sirenas del beneficio económico inmediato. En esas manos estamos y a esas manos confiamos a nuestr@s hij@s un fin de semana tras otro. No debemos olvidar que lo mismo sucede cualquier otra noche. Sólo que, si no ocurre algo dramático, ni nos enteramos ni le damos importancia.
Parecen pensar que nunca pasa nada. La noche les confunde. Pero cuatro chicas muertas en la madrugada de Todos los Santos demuestran que eso es, simplemente, mentira. JMBA