Hace unos cuantos años, en un mes de octubre, en mi terraza acamparon varios niños de la manada de niños escuchas a la cual pertenecía mi hijo menor. Durante el día cada uno preparó y talló su calabaza. Recuerdo que fue un día lluvioso y no sabíamos que hacer con tanta semillas y pulpa que sacamos de las mismas.
Por la noche cada cual calentó su comida en una estufa de acampar, montaron una caseta enorme en la que durmieron, desenrollaron sus sleeping bags, iluminaron sus calabazas y estuvieron hablando y jugando casi toda la noche.
Esa noche apenas pude dormir, pero ellos la pasaron muy bien. No fue hasta que se quedaron dormidos que fui en silencio y apagué las velas... para que las calabazas tambien pudieran dormir.