Revista Insólito

La noche se hace mi compañera

Publicado el 08 julio 2014 por Monpalentina @FFroi
La noche se hace mi compañera
A mediados de agosto todavía el sol cae con suficiente lentitud para permitirme deleite en su agonía cotidiana. Una nube gris y deshilachada, formada a tropezones, por jirones  de otras que escogieron marcharse, pretende servir de estorbo velándome el espectáculo pero sólo consigue agigantar la representación, sirviendo de embellecedor escenario.
El horizonte es una pasarela de moda por la que el ocaso desfila vestido de tonos pastel, desde el naranja vivificante al púrpura sobrecogedor. Aún entre nube y nube algún rayo cuela una esperanza fugaz iluminando las hojas más altas de los chopos que se agitan alegres y nerviosos. Poco antes del final el cielo se tiñe de morado castellano y emite un lamento por la pérdida del día sin que el próximo amanecer le sirva de consuelo. Quisiera aprender de memoria la belleza de estos minutos pero Dios ha pasado esta página sin que mi cabeza haya podido retenerla.
El cielo ha cambiado mis planes y cuando llego a Támara el concierto ha acabado. Las calles están vacías, la noche viste la muralla y una tímida luna ilumina el arco de entrada. Me he perdido la magia del concierto y deambulo pesado y somnoliento por las calles, abrazándome a la oscuridad, hermanándome con el viento. La cuesta de la Calle del Caño, silenciosa y tímida, me invita a subir hasta San Hipólito. Me siento en la plaza, solo, inmerso en el escandaloso silencio rural, lamentando mi nostálgico retraso. No sé si son dos o tres las campanadas que se oyen pero la noche se hace mi compañera, me convierte en una sombra y me lleva de la mano hasta el interior de la iglesia.
Al pie del órgano, qué original ingenio, suena Purcell. Órgano, violín y cello se conciertan y reviven para mí lo que horas antes ofrecieron al público. Fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas, descienden en sucesión inacabable desde las bóvedas, jugando a que las columnas son un pentagrama, escondiéndose entre contrafuertes y arquivoltas, persiguiéndose entre vanos y rosetones. La noche me lleva hasta el púlpito, vestido de rojos y azules intensos, y contemplo la devoción hecha arte mudéjar. Arcangelo Corelli me anima a ascender, invitándome a predicar a los creyentes la gloria de su arte barroco pero prefiero callarme y escuchar su música, complaciéndome en sillares y crucerías, capiteles y pináculos, saboreando a mi derecha el gótico florido del coro y el hierro dulce de la reja que me separa del altar mayor a mi izquierda.
Cuando las notas del barroco italiano se extinguen Bach lo inunda todo, llenando de gloria y solemnidad las tres naves. Su música embriagadora me traslada al retablo y un maremoto de columnas salomónicas y un torbellino de luz dorada me sobrecogen y elevan. Desde la bóveda contemplo las notas musicales saliendo de los tubos del órgano que me arropan y adormecen, me hacen un guiño depositándome leve y cuidadosamente en el atrio.
Todo acaba al amanecer. Vuelvo sobre mis pasos y descendiendo hacia la salida del pueblo. El sol atusa los restos de la muralla, bajo ella el arco ofrece un marco gótico sobre la Tierra de Campos. En ellos la vida empieza a despertar.
De su sección en este blog: "Es Palencia, es Castilla, Oiga".


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