Revista Música
"Voy de un lado a otro de España", comenta Ara Malikian desde Santander. Esta noche, el virtuoso violonista libanés de origen armenio ensamblará músicas tradicionales de numerosos rincones del mundo en el Castillo de Santa Catalina, al calor de La Caleta, con todas las localidades agotadas. "Me alegra mucho, será una noche especial, siempre intentamos que la música llegue a la gente, será un encuentro de culturas, en realidad abordamos las influencias que tuvieron los zíngaros a lo largo de la historia y que a su vez influyeron a otros". El polifacético artista, componente de la Orquesta Sinfónica de Madrid, tan clásico como rompedor, capaz de abandonarse a los catorce caprichos de Paganini o de colaborar en discos de rock y, cómo no flamenco, se presenta con un cuarteto de violín, viola, contrabajo y guitarra. Sus admiradores esperan que saque a su relucir sus reliquias del siglo XVIII, y su genio de hoy.
"El flamenco está directamente vinculado con el último viaje de los zíngaros, que lo crearon en España con mezclas de otras culturas, de ahí la riqueza de esta música", sugiere Malikian, que toca el violín desde los doce años ("siempre lo he tocado, mi padre también lo hacía"). A sus 42 años, con prestigio forjado merced a su condición de instrumentista clásico, becas en Alemania e Inglaterra, una impresionante colección de premios internacionales desde los diecinueve años, talento para adentrarse en universos paralelos de jazz, tango o bandas sonoras, y más de veinte discos en su haber, Malikian retrata paisajes sonoros árabes, judíos, gitanos, criollos, hispanos, rusos, de Oriente Medio a la India, con residencia en Madrid.
"El violín forma parte de mí, día a día, intento disfrutar con lo que hago, aprender más cosas ... espero que nunca me separen del violín, sería como darme la muerte". Nació Ara Malikian en una amplia colonia de emigrantes del Líbano. De padres armenios. Desde la distancia, aunque retorna alguna vez a sus orígenes, el músico destaca "la virtud que tiene el pueblo libanés de reconstruir lo destruido y de encontrar siempre algo bueno, nuestro carácter es muy optimista. En todas las ocasiones en que han intentado destruir mi país, los libaneses se las han apañado para mirar la vida con optimismo, hacia adelante. Los libaneses hemos nacido millones de veces, hemos sufrido muchos desprecios, hemos aguantado las guerras de los demás y volvemos sobre nuestros pasos con alegría".
Apunta Malikian con absoluta naturalidad que los niños libaneses de mediados de los años setenta "vivmos marcados por las guerras, cuando uno vive de esa manera no se da cuenta de que es un asunto fuera de lo normal. Yo pensaba que la guerra era normal, pero mucho más tarde me di cuenta de que la guerra en una situación invivible". Malikian se acuerda "con tristeza" de los niños del mundo que padecen los efectos de la violencia y la marginación, la conversación deriva en la crisis de la soberbia occidente. "Aquí andamos preocupados por el dinero, pero millones de personas de un montón de países de África o Suramérica llevan siglos en permanente crisis, digamos claramente que no tienen para comer. Aquí en España somos afortunados, pero hay que saber valorar las cosas y recordar que hay hambre en el mundo".
Malikian acaba de participar en su segunda incursión en la música de Extremoduro, el grupo de Robe Iniesta, impar personaje, rockero, poeta callejero, nada que ver, o tal vez sí, con los zíngaros, los egipcianos, los gitanos de la generación perdida. Tras "La ley innata", en la que Malikian introdujo su sabiduría musical, Extremoduro vuelve a llamar a las puertas del reputado violinista, esta vez para adornar y sostener episodios más rockeros que en la suite de larga duración del anterior álbum, "serán piezas más cortas y directas, al más puro estilo de este grupo". Malikian cavila en torno a este peculiar momento de su carrera y piensa en voz alta: "Tengo una suerte enorme a través de casualidades y encuentros musicales, tengo la suerte de encontrar gente muy buena de la que aprender", suelta desde su montaña de humildad. Y rememora una noche mágica en Jerez. Malikian habla despacio, bajito, y seguro que sabe escuchar, de lo contrario jamás habría alcanzado tal comunión con su violín. Malikian, sin su violín, parece un poco desvalido, por así decirlo, pues como otros artistas, confiesa que su música habla por sí sola. Música atrapada de diversas culturas milenarias que esta noche entra en escena en la trimilenaria ciudad que también sonríe y canta por no llorar. Para quien quiera leer entre líneas, o no, Malikian contesta de esta guisa cuando se le invita a anunciar su espectáculo de Cádiz. "¿Un espectáculo? No, será un concierto de cuerda, no un espectáculo".
Agosto, Verano, Diario de Cádiz