Revista Maternidad
“A mi pegaron y ahora lo agradezco me hizo ser un hombre de bien”
“Mis padres fueron siempre firmes conmigo y eso me hizo llegar a ser como soy”
“Pues a mi me pegaron y no quedé traumatizado”
Y como esas frases miles, miles de frases, de actitudes, de vidas que justifican y normalizan el abuso y la indolencia que de niñ@s recibimos y que avalan la violencia que hoy ejercemos sobre las criaturas.
Quien sino un niño, cuyo sustento es el amor puede normalizar el abuso, puede enterrar el dolor para seguir creyendo y sintiendo que mamá y papá a pesar de todo nos aman… es@ niñ@ somos nosotr@s, nosotr@s tod@s, que escondemos el abuso que hemos sufrido, porque el corazón de un/a niñ@ no puede hacer frente a saberse mutilad@ y violentad@ por aquellos a quienes ama con locura y de quienes depende emocional y nutricionalmente
Sino nos aman como somos, lo más seguro es que lo que somos es malo y por eso no merecemos, si lo que deseamos no es concedido es porque aquello que pedimos no es bueno, ni justo, ni aceptable… jamás se nos pasará por la cabeza que son papá y mamá los que actúan guiados por el “deber ser” y no por el amor entrañable.
Y así vamos por la vida, cargando con el cadáver o el cuerpo moribundo (en el mejor de los casos) de aquello que pudimos llegar a ser, pero que nunca sabremos, porque lo que hicieron con nosotr@s fue “por nuestro bien” y así lo aceptamos y lo acatamos, como el castigo bien merecido por ser quienes éramos: criaturas amorosas deseantes de fusión, cuerpo, presencia y permanencia. Pensando además que ser obedientes y autoritarios (“fuerte con los débiles y débil con los fuertes”) es la regla de la vida; que reprimirnos y controlarnos es signo de madurez y civilización; que la indolencia y la indiferencia no son tales sino un signo de saber educar; y que devastar, conquistar , ganar son el derecho que tenemos como especie “superior”.
Sin embargo, siempre hay esperanza… en una conferencia a la que asistí, Humberto Maturana dijo algo que se me quedó grabado (de esto hace ya 5 años). Planteaba que desde su experiencia era solo necesaria una vivencia de amor para poder sanar todas las heridas, que si la persona era capaz de encontrar ese suceso de amor total podía desandar el camino y disolver el dolor. Obvio tal y como yo lo entiendo, cuando aquí hablamos de amor, no estamos hablando de ese remedo de amor que nos venden como el bueno y el que toca, el de es “por tu bien” y “mañana me lo agradecerás” sino una experiencia de amor incondicional, entrañable y del tamaño de nuestros deseos. Supongo que esto es factible porque en ese acto de amor reside el conjuro que deshace la normalización, nos pone sobre la pista para descubrir que otra forma era posible, que si era posible ser amados como somos y por lo que somos, que si era posible satisfacer nuestros deseos y darnos calor y cuerpo