Últimamente se han hecho públicos numerosos casos de simpatía de miembros del Partido Popular hacia el franquismo. Entre ellos encontramos a alcaldes que presumen de tener el retrato de Franco en su despacho y el Cara al Sol de tono de móvil o a los energúmenos de Nuevas Generaciones que han posado con el brazo en alto y simbología fascista. Que se sepa, hasta el momento el PP no ha expulsado a ninguna de estas personas.
Al contrario de lo que muchos quieren transmitir no son hechos aislados. Es un secreto a voces que la ideología franquista está en las entrañas del PP. Sólo hay que irse a la hemeroteca para recordar que Alianza Popular fue fundada al grito de ¡Franco, Franco, Franco! por siete ilustres miembros del régimen, el más destacado Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo con Franco. Entre las filas de AP también estaba Carlos Arias Navarro, el hombre que comunicó entre lágrimas la muerte del dictador por televisión.
Gran parte de la culpa de estos sucesos la tiene la transición. Al contrario de los falsos mitos que se han difundido sobre la misma, no fue el resultado de un consenso entre todos los españoles, sino un proceso dominado por las élites del franquismo que controlaban todos los aparatos del Estado, sin la participación de una sociedad civil acostumbrada a ser mera espectadora del devenir institucional del país.
Estas élites, con el rey a la cabeza, jamás asumieron sus responsabilidades por su complicidad con la dictadura. Para ello contaron con la ayuda de una campaña propagandística sin igual por parte de unos medios sumisos. De hecho, Juan Carlos de Borbón ni ha pedido perdón por colaborar con el franquismo ni ha condenado al régimen hasta la fecha.
A pesar de que España es el segundo país del mundo con mayor número de desaparecidos, la derecha española se ha dedicado a justificar el golpe de Estado de 1936 y a difundir una visión negacionista de los crímenes del franquismo, incluso algunos de los actuales dirigentes del PP, como el europarlamentario Jaime Mayor Oreja, se atreven a halagarlo públicamente.
Entre las consecuencias de la no tan modélica transición, además de la prolongación del dominio económico e institucional de las clases privilegiadas del franquismo, están el olvido y la banalización del régimen criminal por parte de muchos de los jóvenes que nacieron tras la muerte de Franco.
Casi 40 años después sigue habiendo admiradores del fascismo en España capaces de levantar el brazo con orgullo, y lo hacen con total impunidad desde el partido que gobierna el país por la permisividad de sus dirigentes. Mientras tanto, el Gobierno del PP hace oídos sordos a las críticas de la ONU y se dedica a entorpecer las investigaciones judiciales para proteger a los torturadores del franquismo.
Un partido que muestra aquiescencia hacia un régimen fascista no debería obtener apenas votos en un país democrático. Que lo haga demuestra que algo no va bien en nuestra sociedad.
Es importante conocer la historia para que no se repita. Hace falta una condena firme tanto institucional como social del franquismo, una concienciación por parte de la población de las consecuencias de una dictadura que acabó con una de las democracias más avanzadas de su tiempo y produjo uno de los periodos más negros de la historia de España, que mucho tiene que ver con el actual déficit democrático y de bienestar social que vivimos.