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La madre la observa en silencio. Como no despega los ojos de la palidez de la cara de su hijo, del tubo, de las máquinas que lo rodean. Casi puede oír los pensamientos de la otra : "¿Qué voy a hacer ahora? Después de todo, sólo tengo veinte años. ¿Voy a atarme a alguien así de por vida? No podré tener hijos, ni siquiera vida sexual. No podré viajar. Ni siquiera pasear" La madre intenta ponerse en el lugar de la otra, pensar como ella pensaría de ser la novia y no, la madre. Pero no puede evitar el dolor - hiriente, punzante - al ver como la otra retira la mirada. Es difícil tener sueños con alguien y que, de la noche a la mañana, ese alguien sea totalmente dependiente por una fractura cervical. La madre meneó la cabeza cuando la otra se acercó y le dio un beso de despedida. Sabía que aquel beso era un punto y aparte. Suspiró. "Madre sólo hay una" - se dijo - "y a ti te encontré en la calle". Puta moto.