Revista Cultura y Ocio

La novia sicarusana: Elogio de una estampa

Publicado el 07 junio 2011 por Franciscogarciajurado

LA NOVIA SICARUSANA: ELOGIO DE UNA ESTAMPAFue exactamente en 1991, durante el tiempo que trabajé para mi tesis doctoral en la Universidad de Ámsterdam, cuando encontré esta estampa de 1909 que ahora cumple cien años. Estaba en uno de los puestecillos de libros de la Facultad de Derecho, a donde acudía después de comer para curiosear. Entre los muchos libros viejos que allí podían comprarse a buen precio pude encontrar esta estampa de un famoso cuadro de Lord Frederik Leighton, "The Syracusan Bride", que rescata con un estatismo muy parecido al de Alma Tadema escenas de la Antigüedad. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
La estampa debió pertenecer a alguna colección, pues junto a ella encontré también dos de Rafael, una del pintor barroco Carlo Dolci y otra de Fragonard. Ahora pertenecen a nuestra discreta colección de estampas y tienen el doble cometido de contar tanto su historia en sí como la pequeña historia personal que se vuelve recuerdo. El título completo del cuadro es "The Syracusan Bride leading wild Animals in Procession to the Temple of Diana ", y resulta un título absolutamente descriptivo de lo que ocurre en la escena, que se inspira en el segundo idilio del poeta Teócrito, el de la hechicera. En él se dice: "Fue nuestra Anaxo, la hija de Eubulo, con el cesto sagrado al bosque de Artemis, en cuyo honor ese día se formó en torno un cortejo con una leona y otras muchas bestias" (traducción de Máximo Brioso Sánchez). La recreación de un tema tan asombroso no impide que se trate de una pintura profundamente "historiográfica", repleta de elementos que provienen del estudio arqueológico y literario. No de manera diferente, Marcel Schwob recreó a un poeta admirador de Teócrito, Herodas ("Herondas" para él), poco después de que se hubieran descubierto y editado sus Mimos:
“El poeta Herondas, que vivía en la isla de Cos bajo el buen rey Ptolomeo, envió hacia mí una delicada sombra infernal a la que había amado en este mundo. Y mi habitación se llenó de mirra, y un ligero soplo heló mi pecho. Entonces mi corazón se pareció al corazón de los muertos: porque olvidé mi vida presente.
La amorosa sombra sacó de entre los pliegues de su túnica un queso de Sicilia, una frágil cesta de higos, una pequeña ánfora de vino oscuro y una cigarra de oro. Inmediatamente tuve el deseo de escribir mimos y sentí un cosquilleo en la nariz de las cocinas de Agrigento y el perfume acre de los puestos de pescado en Siracusa. Por las blancas calles de la ciudad pasaron cocineros arremangados, y muchachas flautistas de sabrosos pechos, y alcahuetas de pronunciados pómulos, y traficantes de esclavos de mejillas hinchadas por el dinero. Por las praderas azuladas por la sombra se deslizaron pastores, silbando y llevando brillantes cañas de cera, y queseras coronadas con flores rojas.
Pero la amorosa sombra no escuchó mis versos. Volvió la cabeza en la noche y sacudió de entre los pliegues de su túnica un espejo de oro, una trenza de asfódelos, adormideras maduras, y me dio uno de los juncos que crecen en las orillas del Leteo. Inmediatamente sentí el deseo de la sabiduría y del conocimiento de las cosas terrenales. Entonces vi en el espejo la temblorosa imagen transparente de las flautas y las copas y los altos sombreros y los frescos rostros de labios sinuosos, y se me apareció el sentido oscuro de los objetos. Luego me incliné sobre las adormideras, y mordí los asfódelos, y mi corazón se lavó de olvido, y mi alma cogió a la sombra de la mano para descender al Ténaro. La sombra lenta y delicada me fue conduciendo por la hierba negra de los infiernos, donde nuestros pies se teñían de las flores del azafrán. Y allí añoré las islas en el purpúreo mar, las arenosas playas sicilianas rayadas de cabelleras marinas y la luz blanca de sol. Y la amorosa sombra comprendió mi deseo. Tocó mis ojos con su mano tenebrosa y vi subir a Dafnis y a Cloe, hacia los campos de Lesbos. Y experimenté su dolor de probar en la noche terrestre la amargura de su segunda vida. Y la Buena Diosa dio la rama de laurel a Dafnis, y a Cloe el favor del mimbreral verde. Inmediatamente conocí la calma de las plantas y la dicha de los tallos inmóviles.
Entonces envié al poeta Herondas unos mimos nuevos perfumados con el perfume de las mujeres de Cos y con el perfume de las pálidas flores del infierno y con el perfume de las hierbas suaves y salvajes de la tierra. Así lo quiso aquella delicada sombra infernal.” (Mimos, traducción de Elena del Amo, Madrid, Siruela, 1997, págs. 103-104)
Paseando por Siracusa me acordé tanto de este cuadro (esta estampa) como de Teócrito y de este texto moderno, con su componente fantástico no reñido con la fidelidad al pasado.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.


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