Ni idea de quienes son: puse intelectual despeinado en google y salió
Veo fotos de intelectuales hoy en La Vanguardia. Los veo, y todos son mayores, todos pasan de los 70 años menos Naomi Klein, la de No logo, que tiene 42 y que me entero hoy que es una intelectual.Confieso mi enorme incapacidad para discernir entre los conceptos siguientes, ya que estamos:ensayista, filósofo, intelectual, pensador ( y algunos más que no me acuden)
Pero bueno, lo de etiquetar a la gente no está bien, o no está completamente bien. En cualquier caso, es conveniente tener claro que, según el perfil de esos 16 ejemplos (ocho globales, ocho españoles), no hay intelectual, o lo que sea, válido antes de la cincuentena. O sea; cuenta la experiencia, cuenta un cojón y medio, y cualquier jovenzuelo (o sea, menor que, pongamos, 35) a nada puede aspirar por innovadoras que sean sus ideas y por aplastantes que sean sus argumentos. Hay que ponerle codos, y tiempo. Qué otra conclusión sacar. Sigo sin entender la presencia de la Klein, por eso: me harté de leer No logo con las deslocalizaciones de la Timberland y el rollo de la marca de zapatos sin fábrica de zapatos. Ese lugar intermedio entre ensayo y denuncia económica me pareció justo lo más parecido a un poderoso somnífero.
Bueno: parece que la crisis, y un cierto libro de Vargas Llosa, tiene a los intelectuales en picos de rendimiento. Planteando miles de cosas que se pueden decir en breves segundos pero que, como te pares en una, ahí te quedas. La desigualdad, la banalización de la cultura, el cuestionamiento del paradigma capitalista. Entre otras. Ay, cómo mola poner paradigma en una frase. Te coloca dos niveles por encima de cualquiera. Es mejor que idiosincrasia. Como te pongas a hablar de paradigmas, tienes para rato, en el entorno adecuado, y si dispones de víveres, por supuesto. Si aparece el hambre, fuera paradigmas. Eso es lo que tiene el hambre: dicen los toreros, cuando lo hacían por necesidad: más cornás da el hambre. Dice otro torero que a él lo de los toros jamás le ha parecido una fiesta. Fiesta lo es para los señoritos que pagan para ver el espectáculo. Sin esos señoritos aburridos que solo se divierten con espectáculos de sangre y riesgo vital, todo se desmorona. Y sobre el hambre, o otras sensaciones físicas acuciantes: háblale de paradigmas al menino de las favelas que te apunta a la cabeza para que le des el reloj y la cartera y la cámara réflex: verás la dosis de paradigma que te mete entre ceja y ceja.
Con lo cual yo no digo que menosprecie a los intelectuales. Bueno, sí lo hago cuando se enrollan y les brilla la mirada a la vista de que la gente no se duerme oyéndoles. Puede que entonces muten a gurús o a políticos. Puede que entonces den el beneplácito a una cara sesión de fotos para la contraportada de un manual de autoayuda. No hay intelectual bien peinado y moreno de playa. No: hay que dar ese perfil de cierta despreocupación por la propia imagen: cejas rebeldes, pose algo errática, pelo descuidado, librería al fondo, sin orden: libros amontonados, alguna foto inidentificable, cara de haber olvidado, a base de pensar tanto, que la comida hace media hora que está puesta.
No hay movimiento anti-sistema que no se haya provisto de algún intelectual de cierto pedigrí. En ese sentido se actúa de un modo altamente convencional: se consulta a los patriarcas en edad de la tribu, que para algo han llegado hasta ahí. Se les pregunta por sus experiencias ante situaciones previas parecidas, y, siempre aludiendo previamente (por si la cagan) que cada circunstancia es propia de su época, zas, sueltan el juicio y todo el mundo a babear. O a la versión actual del babeo: hacer una Powerpoint, colgarlo en el Facebook, enviar links a los amigos con el fichero donde se puede leer: opinar en un foro, decir la suya: meter la cuchara, que es a lo que todo el mundo aspira en este planeta. A hacer notar su presencia y ver el siguiente amanecer.