En el complejo entramado de las relaciones internacionales, cada país busca definir estrategias que protejan sus intereses y aseguren su estabilidad en el escenario global. La Doctrina Estrada, una política emblemática de México que aboga por la no intervención y la autodeterminación de los pueblos, es tema de debate en cuanto a su funcionalidad y aplicación en la actualidad.
Formulada por el diplomático mexicano Genaro Estrada en el año de 1930, la Doctrina Estrada ha sido considerada un pilar de la política exterior mexicana. Su principio fundamental sostiene que México no reconoce la autoridad de gobiernos extranjeros, manteniendo relaciones con otros países independientemente de su sistema político interno. Esta postura, en teoría, promueve la no injerencia en asuntos internos de otras naciones y busca preservar la paz y la estabilidad regional.
En otras palabras, México no opina, juzga ni califica asuntos de otros países, así que otros países no deben de opinar, juzgar ni calificar asuntos que ocurran en México.
Sin embargo, en el contexto contemporáneo, donde la interdependencia entre países cada vez es más evidente, y los conflictos locales tienen repercusiones globales, la aplicabilidad de la Doctrina Estrada ha sido puesta en duda. La idea de que los asuntos internos de un país no afectan a otros se enfrenta a la realidad de un mundo cada vez más conectado.
En la era de la información instantánea y la globalización, los acontecimientos en un rincón del mundo pueden impactar rápidamente en otros lugares. Crisis humanitarias, conflictos armados, desastres naturales o violaciones a los derechos humanos ya no pueden considerarse como problemas aislados que no conciernen al resto de la comunidad internacional.
La Doctrina Estrada se enfrenta al escrutinio público y a la creciente demanda de transparencia y rendición de cuentas. En un mundo donde la información fluye libremente y la opinión pública puede influir en las políticas gubernamentales, la idea de que los asuntos internacionales sean exclusivamente manejados por los gobiernos sin la participación ciudadana se vuelve cada vez más difícil de sostener.
La Doctrina Estrada, en su forma original, es totalmente obsoleta en un mundo donde la cooperación internacional y la solidaridad entre naciones son cada vez más valoradas e importantes. La crisis climática, la pandemia de COVID-19 y otros desafíos globales requieren respuestas colectivas y coordinadas que trasciendan las fronteras nacionales y promuevan la colaboración entre países.
Hoy estamos viendo como conflictos como la invasión del gobierno ruso a Ucrania, o los ataques de Israel a Gaza, que han puesto a temblar a las monedas y a subir el precio de los metales, al grado de aumentar el costo de la construcción de viviendas en todo el mundo, incluso en México. O como lo ocurrido con la disputa entre México y Ecuador, en donde el primero en fallar fue el Gobierno de México al darle asilo a alguien que por sus antecedentes penales no debió haber sido asilado en la embajada.
Algunos defensores de la Doctrina Estrada argumentan que, si bien es necesario adaptarse a los nuevos desafíos del siglo XXI, los principios de respeto a la soberanía nacional y la no intervención siguen siendo relevantes. Abogan por una reinterpretación de estos principios que reconozca la interdependencia global y promueva la cooperación internacional sin comprometer la autodeterminación de los pueblos. Pero si la gente no tiene medicinas, ni agua, ni comida, ¿para qué le sirve la "soberanía"?
Si bien la Doctrina Estrada ha sido un elemento central en la política exterior de México durante décadas, su funcionalidad en el mundo actual está puesta en duda. En un contexto de creciente interconexión y demanda de transparencia, es necesario replantear sus principios para adaptarlos a los desafíos y oportunidades de la era global. La no intervención y el respeto a la soberanía nacional pueden coexistir con la necesidad de cooperación internacional y la protección de los derechos humanos en un mundo cada vez más interdependiente.
El gobierno de un país no puede quedarse en silencio mientras el de otro país comete atrocidades contra otro país, o contra su propio pueblo. El deber ético es dictar un juicio de valor sobre todo lo que afecte a otros de manera injusta. No estamos solos en el mundo, nadie está realmente solo.
Que todos tengan una muy bella y desmitificante noche.
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