El 10 de mayo de 1940 el ejército alemán, la Wehrmacht, lanzó su ofensiva sobre Europa occidental. Ese día, tres países neutrales, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos, fueron atacados por dos grupos de ejército, en total 74 divisiones, diez de ellas de blindados. Los alemanes pasaban a la ofensiva después de meses de inactividad en el frente. El 3 de septiembre de 1939 Francia y Gran Bretaña declararon la guerra a Hitler después de que invadiera Polonia, pero no atacaron ni hicieron nada que pudiera impedir a los alemanes consumar la conquista de su aliado. Después, ambos bandos se limitaron a observarse mutuamente a ambos lados del Rhin sin prácticamente molestarse. Sin embargo, esa situación de inactividad no podía mantenerse por mucho tiempo.
Los alemanes no podían sobrevivir por mucho tiempo a esa situación estratégica. Encajados en el centro de Europa, con apenas materias primas y suministros para mantener sus ejércitos, se exponían a repetir la misma situación de bloqueo que sufrieron durante la Primera Guerra Mundial, con la flota británica dominando los mares e impidiendo la llegada de todo lo necesario para la guerra y para alimentar a la población alemana. Ese era precisamente el plan de los aliados. Pertrechados tras la inexpugnable Línea Maginot, una línea ininsterrumpida de búnqueres y trincheras que se extendía a lo largo de toda la frontera franco alemana, los ejércitos aliados esperaban no tener que repetir las cruentas batallas de 1914-1918 y que los alemanes se fueran debilitando poco a poco. Hitler tenía que pasar a la ofensiva. Pero, ¿de qué tipo?
No repetir 1914
La primera reacción de los generales alemanes fue repetir el Plan Schlieffen que aplicaron en 1914. En resumen, era maniobra enorme de los ejércitos para rodear la frontera del Rhin con Francia, entrando al país enemigo a través de Bélgica para caer sobre París desde el norte. El objetivo era ocupar la capital francesa, el punto neurálgico político y administrativo de la fuertemente centralizada república. Sin embargo, este plan ya falló en 1914 ante la decidida defensa francesa, y en 1940 se esperaba que los alemanes repitieran la jugada, por lo que los resultados podrían ser incluso más pobres. Hacía falta una alternativa.
El plan de von Manstein
Ese fue el momento de la aparición de un general alemán que jugaría un papel muy importante en la Segunda Guerra Mundial: Erich von Manstein. Era el jefe de Estado Mayor de uno de los ejércitos alemanes en el frente occidental, e ideó el plan que se conocería como ‘golpe de hoz’ (Sichelschnitt). El objetivo no sería París, sino la aniquilación completa de los ejércitos enemigos, ya que, sin soldados, los alemanes esperaban que franceses y británicos suplicarían la paz. Para conseguirlo, von Manstein sugirió que se invadieran los Países Bajos y Bélgica para atraer a los ejércitos aliados en el norte de Francia al interior de Bélgica. Una vez bien adentrados en el territorio, un segundo ejército alemán pertrechado con la inmensa mayoría de las tropas acorazadas, más rápidas y poderosas, atacaría atravesando las montañas de las Ardenas y Luxemburgo, entrando en territorio belga y francés y cogiendo por sorpresa a los aliados. Entonces, en vez de marchar a París, los tanques girarían al noroeste, al Canal de la Mancha, para conquistar los puertos y rodear completamente a los aliados que serían aniquilados.El ‘golpe de hoz’ era una plan audaz y comportaba muchos riesgos. El primero de ellos era la enorme diferencia en la movilidad entre las tropas acorazadas y la infantería. Mientras las divisiones panzer eran rápidas y estaban totalmente mecanizadas y motorizadas, la infantería alemana seguía moviéndose a pie y a caballo, igual que en 1914 o en el S. XIX. Es decir, la infantería no podía mantener el ritmo de los tanques y éstos corrían el riesgo de verse solos y atrapados.
Otro riesgo era que los aliados no mordieran el anzuelo y se quedaran quietos en el norte de Francia. Entonces la invasión de Holanda y de Bélgica no tendría sentido y los alemanes tendrían que enfrentarse frontalmente a sus enemigos. Esa posibilidad podía ser letal, ya que ingleses y franceses sumaban más soldados, cañones y tanques que los alemanes.
Asumir riesgos
Von Manstein se dio cuenta de que Alemania tenía que asumir riesgos si quería vencer a sus enemigos, más fuertes y con más recursos que ellos. Sin embargo, la mayoría de los generales alemanes eran más mayores y conservadores que él, y desecharon el plan. Apostaron por una reedición de 1914 ante la falta de un plan mejor. Sin embargo, von Manstein consiguió filtrar su plan a Hitler que dio su visto bueno. No porque el dictador fuera un fino analista militar y descubriera las posibilidades de esta ofensiva, sino para desautorizar a sus generales e imponer su poder y su voluntad a las fuerzas armadas.
Así fue como el 10 de mayo se puso en marcha el ‘Plan amarillo’ (Fall Gelb), la ofensiva alemana. Los Países Bajos fueron conquistados en cinco días y, efectivamente, los franceses y el ejército británico avanzaron al interior de Bélgica para adelantar la defensa. En ese momento los tanques alemanes salieron de su escondite y atravesaron la espesura de los bosques y montañas de las Ardenas. El 13 de mayo llegaron a Sedan, en la orilla del río Mosa, el último obstáculo natural antes del mar. Allí, en una combinación de destreza, decisión y apoyo aéreo, los alemanes derrotaron a los franceses (igual que en el mismo lugar en 1871) y se adentraron en el norte de Francia con dirección al Canal de la Mancha.
Los panzer avanzaron sin detenerse y pronto conquistaron los puertos de Bologne y de Calais, dejando a sus enemigos completamente rodeados en Bélgica. Fue en ese momento cuando el alto mando británico dio la orden a sus soldados en Francia de retroceder y de evacuar en el último puerto que quedaba en sus manos: Dunquerque.