La Organización Mundial de la Salud (OMS) no es santo de mi devoción. Reconozco la labor que desarrollan, muy loable en muchos casos, pero en los últimos años tengo la impresión de que cada vez se parece más a la ONU, mucho aparato, mucho dinero detrás, muchos intereses ocultos y mucha metedura de pata. Posiblemente para mí hay un antes y un después de la gestión que llevaron a cabo con la gripe A dejándose comprar por las farmacéuticas.
Las recomendaciones que acaban de sacar a la luz sobre el consumo de carne roja y carne procesada han creado una gran alarma social a causa, me temo, de cómo han enfocado el tema los medios de comunicación. Les invito, antes que nada, a pinchar sobre el enlace que encontrarán unas líneas más arriba en la palabra ‘recomendaciones’ para que las cosas les queden mucho más claras. Si se fijan la carne roja está en el grupo 2A, probablemente cancerígena con una evidencia limitada. Las carnes procesadas sin embargo están en el grupo 1: cancerígenas para los seres humanos con evidencias suficientes.
La realidad es que en España el cáncer de colon y el de recto son los más frecuentes. La realidad es que en España comemos mucha más carne roja de la recomendada (no ya por la OMS, cuyos consejos pueden ser cuestionados, sino por especialistas en oncología de todo el mundo). La realidad es que nos atiborramos de carnes procesadas sin mirar ingredientes ni procedencia porque, seamos honestos, el jamón serrano de bellota y pata negra es muy caro y lo catamos muy de vez en cuando, mientras que el chorizo, el salchichón, la mortadela, las salchichas o las carnes preparadas son baratitas y ahorran mucho tiempo. La realidad es que nos jode que pongan en tela de juicio lo mal que comemos por no fijarnos en lo que comemos y la realidad es que no podemos quejarnos después cuando antes no hemos sido un poco cuidadosos sin llegar al extremo, que no quisiera que salieran los talibanes echándome en cara que apuesto por que su vida sea una mierda sin alcohol, ni tabaco, ni grasas, ni azúcares. Faltaría más, cada uno que haga de su capa un sayo, pero no se queje después, eso sí.