NO DIGAS TODO LO QUE SABES, PERO PROCURA SABER SIEMPRE LO QUE DICES. M. Claudius
El Sol saldrá a las 6.01 h. y se pondrá a las 18.07 h.
Este domingo la ONU celebra el Día Internacional para la Concienciación y la Ayuda a la Acción contra las Minas Antipersonas. Nombre largo y recoleto, elegido en el año 2005, para denunciar que al año dichas minas matan a más de 15.000 personas, en su mayor parte civiles. El día sirve asimismo para recordar que, además de las minas, también existen abandonados restos de munición y obuses sin estallar en países que años atrás estuvieron en conflicto armado.
La misma ONU en la Convención de Ottawa, para la firma de la no proliferación de las minas en conflictos, recogía que el objetivo del Tratado es “poner fin al sufrimiento y las muertes causadas por las minas antipersona, que matan o mutilan a cientos de personas cada semana, en su mayor parte civiles inocentes e indefensos, especialmente niños, obstruyen el desarrollo económico y la reconstrucción, inhiben la repatriación de refugiados y de personas desplazadas internamente, además de ocasionar otras severas consecuencias muchos años después de su emplazamiento”.
Da la casualidad de que entre los países que no firmaron el tratado se cuentran los Estados Unidos, Finlandia, China, Rusia o las dos Coreas -todos ellos miembros cualificados de la ONU- que las siguen produciendo o utilizando y a los que ésta, que en su día se lo permitió, en el presente es incapaz de hecerles retractarse de su decisión. Tanta hipocresía me recuerda a un episodio de la vida de Catalina La Grande.
A la edad de 11 años fue casada con su primo Pedro III, que más tarde sería zar de todas las Rusias. En la noche de bodas Catalina esperaba en camisón la llegada del joven esposo; pero éste apareció borracho y no realizó el acto sexual para tranquilidad de la joven. La historia se repitió cada noche y las habladurías en palacio fueron en aumento. Para acallarlas, Pedro, que sufría de fimosis y no podía realizar el acto sexual, envió a un emisario a la reina para autorizarla a compartir el hecho conyugal con un amante, mientras él era operado bajo los influjos de la consabida borrachera.
Cuando Pedro quizo rehacer su vida amorosa con la reina, ésta ya disfrutaba de los placeres de la carne y sumaba embarazos de los que el rey se preguntaba de dónde salían, pero que contentaban a la corte y hacían feliz al pueblo. Cuando quiso evitar en la reina tanto devaneo amoroso, ésta hizo uso de sus amantes, quienes con la ayuda palaciega destituyeron a Pedro III y nombraron emperatriz a Catalina II La Grande. El joven oficial que más influyó en el desenlace fue Gregorio Potemkin, quien pasado el tiempo, llegaría a ser el más importante de todos sus amantes.
Conclusión: bueno sería que la ONU actuara en el momento contra los miembros que no secundan sus propios convenciones, pues luego seguramente ya será tarde.