Doce Cuentos Peregrínos de Gabriel García Márquez reúne una seleccion de historias inspiradas en unos de su viajes y vivencias en Europa. Allí el Gabo expone que:
“el esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como empezar una novela. Pues en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de algún personaje. Lo demás es el placer de escribir, el más íntimo y solitario que pueda imaginarse, y si uno no se queda corrigiendo el libro por el resto de la vida es porque el mismo rigor de fierro que hace falta para empezarlo se impone para terminarlo. El cuento, en cambio, no tiene principio ni fin: fragua o no fragua. Y si no fragua, la experiencia propia y la ajena enseñan que en la mayoría de las veces es más saludable comenzarlo de nuevo por otro camino, o tirarlo a la basura. Alguién que no recuerdo lo dijo bien con una frase de consolación: “Un buen escritor se aprecia mejor por lo que rompe que por lo que publica”. Es cierto que no rompí los borradores y las notas, pero hice algo mejor: los eché al olvido”