Revista Educación

La oportunidad

Por Siempreenmedio @Siempreblog
La oportunidad

Confesaré algo: Nunca he probado la cocaína, ni ninguna otra droga, porque me da pánico engancharme. Por naturaleza tiendo muy fácilmente a enviciarme con las cosas más tontas y nunca sé en qué momento parar, así que decidí que lo mismo que no me he drogado en mi vida, tampoco iba a ver series de televisión. Además, cuando no me absorbió el trabajo lo hizo una oposición, así que el reciente auge de Netflix y todo esto me ha cogido a contrapié, como tantas otras cosas.

Profesional de la abogacía que afronta con arrojo y brillantez todos los casos que le llegan, emplea en su despacho a media docena de jóvenes estudiantes de Derecho Penal a los que imparte clases en una prestigiosa universidad de Estados Unidos. Ellos, fascinados por la brillantez con que su profe se desempeña en las aulas y los juzgados, generan una dependencia del trabajo que les lleva a fracasar en el resto de materias y a involucrarse cada vez más en los enrevesados casos que se van presentando, donde cualquier pequeña o gran ruindad sirve para salvar el pellejo del cliente.

Es lo más somero de la trama "Cómo defender a un asesino", traducción al español poco afortunada del original "How to get away with murder", mi primera serie de esas largas, que me mantuvo enganchado durante noventa episodios inolvidables. Hace dos décadas, quizá menos, un formato semejante solo podía ser protagonizado por un hombre blanco, pero el gran logro del siglo XXI es que sea Annalise Keating, una mujer negra de cincuenta años, la que nos fascine a lo largo de seis temporadas. Viola Davis, auténtica figura de la actuación, arranca todos los matices posibles a un personaje redondo, unas veces villana, otras justiciera, pero siempre apasionante.

Nos fijamos realmente en ella gracias a la película "La Duda" y a su maravillosa -y breve- réplica a Meryl Streep, un rol bien distinto al que ha terminado de encumbrarla entre el gran público, y que le permitió hacer historia en 2015 al ganar el premio Emmy a la mejor actriz en un papel principal. En su discurso no desaprovechó el momento para remarcar, rotunda, que "lo único que diferencia a una mujer de color de cualquier otra son las oportunidades", y agradeció a la protagonista de la serie "Scandal", Kerry Washington, a quien acababa de derrotar, por abrir el camino al haber sido la primera afroamericana en ser nominada como protagonista.

No le falta razón. Davis y Washington nos asombran con sus interpretaciones, y son solo la cara triunfal y muy reciente de un movimiento que lleva años despertando conciencias en Estados Unidos. En la gala de los Oscar de 2016 se lanzó el lema "Oscars so White", que llamaba la atención sobre las escasas 16 nominaciones de actores negros desde 1990 frente a 120 blancos, una cifra que en el caso de las mujeres es incluso peor: 6 frente a 129.

Es más, hasta que se concedió el Oscar a Whoopi Goldberg en 1990, sólo Hattie McDaniel, la inolvidable Mammy de "Lo que el viento se llevó", había sido merecedora de tal galardón en 1940. Su sola presencia en la ceremonia tuvo que ser autorizada por el mismísimo David O. Selznick, productor de la película, pues se trataba de la primera persona de su raza en asistir sin ser sirvienta. Una vez allí, la premiada tuvo que sentarse en una mesa aparte de las demás, segregada, y no pudo asistir a la fiesta posterior. Su innegable talento fue víctima del conocido como Código Hays -vigente en Hollywood hasta 1967- que consideraba reprobable toda escena de amor interracial, y le impidió zafarse de los papeles de chacha, a los que se refirió con una frase tan dura como acertada: "Prefiero interpretar a una criada por 700 dólares que ser una cobrando 7".

Pese a haberse casado cuatro veces, McDaniel formaba parte de los "Círculos de la Costura", donde actrices lesbianas podían conocer a otras mujeres y vivir a su manera, lejos de la dictadura de los grandes estudios, con la excusa hoy peregrina de bordar pañuelos. A su muerte en 1952 siguió siendo víctima del sistema, al vetarse su entierro en el cementerio Hollywood Forever, que sólo admitía blancos. Dos años después, Dorothy Dandrige haría historia al ser la primera nominada como mejor actriz principal en "Carmen Jones".

Al año siguiente, en 1955, Rosa Parks, secretaria de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, se negaba en Alabama a ceder su sitio en un autobús a un blanco. Fue encarcelada y multada, pero desencadenó una ola de protestas que implicó a un tal Martin Luther King, por aquel entonces un desconocido pastor de la iglesia bautista de 25 años.

La miseria y la desigualdad en que vivían las personas de raza negra por aquellos años marcó precisamente a Viola Davis, nacida en un rancho de Carolina del Sur en 1965. Cuenta en una entrevista a la revista People que de su infancia le queda una única fotografía (la que acompaña este texto) y los recuerdos de una pobreza extrema en la que tenía que ponerse trapos en el cuello para que las ratas no se comieran su piel: "Me hice actriz precisamente para no ser yo".

Quizás algún día pueda sentirse orgullosa al saber que me inspira diariamente con cada uno de sus gestos como Annalise Keating. Me reafirma en el trabajador y en la persona que deseo ser, y en la firme convicción de que la única diferencia que nos separa a los unos de los otros es disfrutar de una oportunidad.

Todo está enlazado en esta historia: Se cuenta que la placa que recibió Hattie McDaniel (en aquel tiempo los secundarios que ganaban el Oscar no recibían la estatuilla dorada), expuesta por expreso deseo de la artista en la Universidad de Howard, fue arrojada al río Potomac en las revueltas posteriores a la muerte de Martin Luther King en 1968, las más graves que ha vivido la capital de Estados Unidos hasta las recientes de 2021, alentadas por un tal Donald Trump, famoso por su defensa del supremacismo blanco. El próximo día 20, esperemos, será parte del pasado.


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