Miles de kurdos celebrando el Año Nuevo Persa en Diyarbakir (Turquía), en 2013 / SUNA – EFE
Erdogan ha mandado al traste su gran oportunidad, o quizá se le ha escapado, de capear el temporal con los kurdos. Aunque todo parece indicar que es lo primero. La población kurda, que representa al 18% de los habitantes en Turquía, parecía tener una oportunidad de conciliación en 2013 con el inicio de una tregua con el Gobierno de Ankara. Pero ha quedado en agua de borrajas. Tras el atentado de Estado Islámico que se cobró la vida de 32 activistas kurdos en la localidad turca de Suruç, la sangre ha vuelto a correr por las calles del país. El Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), ofendido por la pasividad del gobierno de Erdogan -al que acusan de “colaboracionista” con los yihadistas-, asesinó a un policía turco este fin de semana. Ahora las tropas turcas se han decidido a bombardear Siria e Irak. Pero, ¿podría hacer más el presidente de Turquía por los kurdos?
Por suerte o por desgracia para ella, la comunidad kurda se ha ganado la simpatía del mundo al haber sido objetivo predilecto de EI. Todos recordamos Kobane y la masacre en el kurdistán iraquí, así como a las guerrilleras kurdas armadas hasta las cejas para proteger a su pueblo de los terroristas. Un contratiempo, sin duda, para Erdogan, en un mundo donde los terroristas en los titulares no eran el PKK, sino EI, y las víctimas, los kurdos. Dicen que en la guerra sucia todo mando necesita de un enemigo para justificar sus acciones. En el caso del presidente turco, tuvo la oportunidad de cambiar de enemigo y no lo hizo. Habría sido fácil, dadas las circunstancias, enterrar el hacha de guerra con el PKK en un epicentro como es Oriente Medio y aunar fuerzas contra un mismo objetivo que está desestabilizando la zona y aterrorizando al mundo entero. Pero Turquía no actuó. No, porque una cosa es atacar a EI y otra muy distinta es hacerlo para proteger a la población kurda. Y el motivo por el que ahora el Ejército turco combate no es otro que la amenaza yihadista que recae también sobre Ankara por sus relaciones diplomáticas con Washington. Eso y que Obama lleva tiempo presionando, en busca de que Erdogan mueva ficha de una vez.
Sobra decir que el PKK y los kurdos no son la misma cosa -pese a que habrá quien considere terrorista a toda la comunidad, abuelos y niños incluidos- pero, a pesar de la histórica mala prensa de la guerrilla kurda, lo cierto es que ha tenido un peso determinante en la lucha contra EI durante todo el conflicto, tanto en Siria como en Irak. Y también la población, ya que no todos los combatientes pertenecían al PKK. Y eso la comunidad internacional y la opinión pública han sabido verlo. Los kurdos, presentes en Turquía, Siria, Irak, Irán y Armenia, son una valiosa arma de resistencia contra el yihadismo. Lo han demostrado. Son una minoría, sí, pero probablemente la minoría más mayoritaria del mundo entero, situada en una zona más que estratégica. Recuperaron Kobane y todavía siguen repeliendo los ladrillos del Califato.
Erdogan no solo no ha sabido ver ni aprovechar la oportunidad de reconciliarse con los kurdos, sino que ha vuelto a situar al PKK en el punto de mira. En sus ataques contra EI, el presidente turco ha decidido dirigir también sus bombardeos hacia los miembros y simpatizantes del PKK en Irak, y de paso así justifica también las detenciones y persecuciones de este colectivo dentro de su propio país, especialmente después de los abrumadores resultados del Partido Democrático de los Pueblos (HDP) en las últimas elecciones turcas. De tregua, nada. De conciliación, ni hablemos.
La estrategia de Erdogan, aunque comprensible, es poco inteligente. Turquía no se salva de la hostilidad de Estado Islámico, que acusa al Gobierno turco de tagut o, lo que es lo mismo, infiel a Mahoma y su doctrina. Las minorías, cuando hacen ruido, quizá molestan, pero pueden resultar muy útiles cuando hay una gran amenaza. Y ésta, los turcos, la tienen a las puertas.