Revista Cultura y Ocio
Es muy probable que twitter o facebook hubieran fracasado de haber existido hace veinte años y es más que probable que no dejen de existir de aquí a otros veinte. No es un vaticinio desiderativo: es una manera privada de constatar la orfandad del mundo en que vivimos y la pérdida casi irreparable de algo inherente a lo más acendradamente humano: el pudor. No es solo que nos vigilen o que nos registren sino (más salvajemente expresado) el placer de que así sea. Hay en estas nuevas generaciones (y en alguna antigua recién remasterizada) una inclinación absoluta al exhibicionismo. Una gestual, corporal, de poco afecto por la cosa intelectual. No se trata de farda de Edward Hopper o de numismática sino de tener tal o cual apéndice anatómico más desarrollado que una buena parte del resto de los vecinos. Importa más rendir las conquistas amatorias que las racionales. Al intelecto se le juzga como un elemento sospechoso. Pienso en los años gastados en la construcción de un ciudadano libre, formado, creativo, integrado en la construcción de ciudadanos como él, embarcados todos en la misma empresa, y pienso en el mal, en la verdad que hay en eso de que el mal está destinado a perder porque los malvados no construyen nada juntos mientras que el bien triunfa de forma justa, legible y universal porque ansía un beneficio común, un tesoro que no vale nada si no se fragmenta y reparte. Si Belén Esteban es un personaje de interés e influencia, apaga y vámonos. Y estamos en eso, en apagar, en irnos. Hace ya unos pocos de años que empezamos a cerrar la cancela.
Lo que está haciendo el Gran Hermano Orwelliano en estos años extraños es vender el mal. No hay que engañarse: el mal vende más. Atrae como el bien nunca lo hará. Lo dijo Mae West, aquella mujerona de promiscuidad hinchada del cine de los treinta: el camino más corto entre dos puntos es la línea recta, pero no es el más atractivo. Nada que reprocharle. Lo terrible es que en unos pocos años el camino de vuelta a la vía de lo sensible y de lo culto, de lo hermoso y de lo bueno, estará impracticable. Lo peor: no se querrá caminar. No si no hay una cámara que lo filme. No si no hay un premio a disposición de quien antes lo corone. Sé, a mi pesar, que nada de esto que escribo lo entenderán los que entretienen las tardes viendo telecinco, quienes no pisan un cine, quienes miran de mala manera un libro o quienes (ya acabo, que me estoy incendiando por dentro) sin saber de Hopper o de numismática censuran que otros sí sepan. Por eso Wert, ese ministro imposible de defender, es un sujeto de tan fácil caricatura. Porque ha vendido la cultura y se ha dejado invadir por el mantra suicida de los mercados. De haber habido algo de cabeza en todo esto que estamos sufriendo, habrían blindado las bibliotecas y las escuelas. Con ese tesoro a salvo, el mundo estaría firmemente conducido a la salvación. Ahora, con Wert y sin él, Wert en realidad es un actor de orden secundario, con ínfulas de divo de la trama, está el mundo huérfano. Nos están grabando. Están creando un fichero personal con todos nuestros vicios y todas nuestras debilidades. Por si un día hace falta sacarlo y usarlo en un programa en directo. Miedo da.Y las bibliotecas y las escuelas, vendidas.