Revista Cultura y Ocio
-Pues ya está todo señorita Marchena –dijo amablemente el inspector-. Gracias por cooperar con nosotros.
El inspector se levantó de su asiento y Carmen tras él. Ella respiró hondo mientras él se acercaba a ella.
-Ahora, si me acompaña hacia la salida…
-¿Y qué pasará con Gabriel? –preguntó Carmen.
El inspector guardó silencio por un momento. No sabía muy bien qué contestar a Carmen y su expresión le delataba. Él, sin duda, seguía pensando que Gabriel ocultaba algo. Y también tenía la certeza de que el incidente de aquella noche tenía mucho que ver con todo lo que había pasado antes y en lo que Gabriel se había visto envuelto.
-¿De veras crees que él pudo haber matado a todas esas personas? –volvió a insistir Carmen.
-Me gustaría poder pensar que no es así.
-No es necesario que me acompañes a la salida –Carmen, indignada, cogió su bolso y su abrigo para después dirigirse hacia la puerta.
-Carmen, comprende que es mi trabajo y que por muy amigo de Gabriel que sea, tengo que sopesar todas las posibilidades y tenerlas muy en cuenta.
-Y lo entiendo –contestó desde la puerta- pero…, Nicolás, puedes darle un respiro por eso mismo, porque es tu amigo.
El inspector guardó silencio de nuevo. Lo que dijo Carmen le hizo tambalearse. Quizás estaba demasiado obsesionado con todo aquello, quizás Gabriel era más que inocente.
Carmen esperó alguna palabra suya antes de salir, pero sólo halló silencio.
-Por favor, si hablas con él, dile que me he ido a casa a descansar y que me llame cuando termine todo esto –pidió Carmen al inspector.
Él tan sólo asintió con la cabeza. Y finalmente, ella, se marchó cerrando la puerta. Dejándolo allí solo con sus pensamientos.
El inspector caminó apesadumbrado hacia su silla y se desplomó sobre ella con total desgana. Su estrategia no daba frutos y eso le consumía. Se había encargado de interrogar personalmente a Carmen sobre lo ocurrido en el Cerro para tratar de sacar algo en claro, pero no fue así. Sabía perfectamente que Gabriel no le diría nada, por lo que ordenó a uno de sus compañeros que le tomara declaración.
Las palabras de Carmen martilleaban con fuerza en su interior. En parte, ella tenía toda la razón. Quizá está tan pendiente de Gabriel que se le escapan otros detalles. Podía ser que Gabriel no fuera el malo de la película sino una víctima más.
Tras meditar largo rato en su despacho, el inspector salió de allí y fue al despacho donde se encontraba Gabriel. Antes de entrar llamó a la puerta y después la abrió. Al ver su compañero que se trataba de él, no tardó en salir.
-¿Ha conseguido sacarle algo? –preguntó el inspector.
-No, señor. Tan sólo me ha contado, con todo detalle, lo que ha pasado esta noche.
-¿Ha confirmado todo lo que ha dicho con lo que vio el agente que lo seguía?
-Sí, señor. Según el agente, todo cuanto ha confesado ha sido lo que ha tenido lugar esta noche.
-¿Ninguna irregularidad?
-Me temo que no, señor –contestó su compañero.
-De acuerdo. Entré ahí y dígale que ya se puede marchar. Acompáñele a la puerta.
-De acuerdo, señor.
Al darse el inspector la vuelta, su compañero llamó su atención antes de volver con Gabriel.
-Señor.
-¿Sí? –preguntó el inspector dándose la vuelta hacia su compañero.
-¿De veras cree que este chico es el responsable de todos esos crímenes?
-No lo sé –dijo tras una larga pausa-. Pero…, nosotros somos los encargados de averiguarlo. ¿No le parece?
-Sí, señor –contestó sumiso.
El agente entró inmediatamente al despacho para decirle a Gabriel que se podía marchar. Mientras tanto, el inspector caminó con lentitud hacia su despacho.
Continuaba en ese estado de desgana y preocupación. Una vez en su despacho, se acercó hacia uno de los muebles del cual sacó un vaso pequeño de cristal y una botella de coñac. Puso el vaso sobre su gran mesa y justo cuando fue a llenarlo, alguien llamó a la puerta de su despacho.
Se asustó y vertió un poco sobre la mesa.
-¡Ahora mismo abro! –dijo el inspector mientras limpiaba el coñac derramado sobre la mesa.
Ocultó la botella y el vaso tras la mesa antes de dirigirse a la puerta. La abrió y su sorpresa fue mayúscula al encontrarse frente a él a Gabriel. Tras un instante de incertidumbre, le invitó a pasar.
Gabriel se sentó en la silla frente a la mesa bajo la atenta mirada del inspector.
-¿Hoy no querías hablar conmigo, Nicolás? –preguntó mirándole desde su asiento.
-Tenía otras cosas que hacer –dijo dirigiéndose hacia su sillón.
-Ya. Tenías que preguntar a Carmen por lo de esta noche. Espero que sus respuestas hayan sido mejores que las mías.
Sentados, uno frente al otro, y en absoluto silencio. La tensión que allí había era indescriptible. Parecía que en cualquier momento, uno de los dos, estallaría allí mismo.
-¿Porqué sigues pensando que yo fui quien mató a esas personas? ¿Qué tengo que hacer para demostrarte que no es así? –preguntó con enfado Gabriel.
-Sólo son sospechas. Te has visto envuelto en demasiadas cosas. Como en lo de esta noche…
-¿Acaso crees que soy culpable de la agresión de esta noche?- le interrumpió-. O incluso, ¿crees que yo fui el agresor? ¿O el que empezó todo? Ni si quiera te has dignado a preguntarme a mi directamente sobre ello. Ni si quiera te has preocupado por mí.
-¿Y tú que sabrás? –dijo inclinándose hacia delante, visiblemente enfadado-. Sabes que te he salvado el culo en muchas ocasiones, pero esto es más grave de lo que crees.
-Adiós Nicolás –dijo Gabriel levantándose del asiento repentinamente y dirigiéndose hacia la puerta-. Y, no te preocupes. No tendrás que volver a salvarme el culo.
Después de contestar al inspector se marchó del despacho dando un fuerte portazo. El inspector permaneció sentado, asombrado por todo lo que estaba pasando. Pero decidió hacer caso a Carmen y dar un respiro a Gabriel.
Tras un par de horas de soledad en su despacho, fue a reunirse con los agentes que llevaban el caso.
-¿Qué ha dicho? –preguntó con seriedad el inspector.
-Ha contado exactamente lo que hemos visto. Yo mismo vi a ese tipo ir hacia él y amenazarle. Sólo actuamos cuando vimos que era totalmente necesario, como usted nos indicó.
-¿Sabemos algo de ese hombre?
-No, escapó y no pudimos seguirle. Le perdimos la pista, señor.
-Bien, quiero que lo encontréis y me lo traigáis aquí. Sea como sea. ¿Algo más? –preguntó de nuevo el inspector.
-Si –dijo otro agente-. A mí me dijo al traerle a comisaría que sabía que le había puesto vigilancia. Además, me dijo que había pillado a un agente siguiéndolo el mismo día de la agresión y que a medio día estaba frente a su casa.
-¡Joder! –gritó el inspector golpeando la mesa con enfado-. ¿No os pedí que fuerais cuidadosos?
-Y lo hemos sido –contestó otro agente-. Ese día no le seguimos hasta que salió por la tarde de su casa en moto. Ninguno de nosotros le siguió antes, señor.
-Entonces, ¿quién demonios le siguió?
-Pudo haber creído que alguien lo seguía…
-No –cortó tajante el inspector-. Gabriel se fija demasiado en ese tipo de detalles. Si dice que alguien lo seguía, era así.
-¿Y quién cree que pudo ser? –preguntó con curiosidad un agente.
-Tendremos que averiguarlo… -espetó el inspector.
Continuará…
Obra original de Jesús Muga
29-Enero-2012