Revista Cultura y Ocio
Existe un porcentaje de escritores —muy pequeño, en realidad— que, olvidando la habitual pátina de egoísmo que la creación estética comporta, reservan una parte de su tiempo y de su entusiasmo a las obras de otros autores, que leen con fruición y que comentan con largueza. Y lo más asombroso del asunto es que tal enajenación no merma su ritmo de escritura, que es tenaz y laborioso. Francisco Javier Illán Vivas (Molina de Segura, 1958) pertenece a ese segmento de intelectuales. A sus tareas de vate, cuentista y novelista une, sin aparente fatiga, las de antólogo, reseñista, presentador, editor y prologuista de un buen número de piezas ajenas.Pero si hoy viene hasta aquí, una vez más, es por la aparición en el sello ADIH (Asociación de Divulgaciones e Investigaciones Históricas) de su esperada novela La oscuridad infernal, que constituye la última entrega de la saga “La cólera de Nébulos”. La primera de sus partes (La Maldición) apareció en 2004; la segunda (El rey de las Esfinges), en 2008. Con este volumen se cierra la trilogía fantástica y, como es natural, continúa la línea de los anteriores a la hora de presentarnos ciudades míticas, guerreros legendarios afectados por maldiciones, monstruos inimaginables y aventuras constantes. La fantasía de Francisco Javier Illán Vivas, patente desde las primeras páginas de La Maldición, se mantiene pujante hasta el final de la serie, sometiendo a todos sus lectores a un ritmo vertiginoso de sucesos que se van encadenando sin interrupción. No hay tregua para las sorpresas y para los giros narrativos, que pueblan La oscuridad infernalhasta el punto final.Pero los ingredientes que nutren esta sólida obra no se quedan en lo meramente imaginativo, sino que también podemos detectar en los diversos capítulos de la novela una amplia selección de referencias culturales (europeas, americanas y asiáticas), incardinadas en el cuerpo de la obra con tino, oportunidad y una elegancia nada chirriante: las apacibles aguas del Cocito, a las que refirió más de una vez Dante Alighieri (p.47); las menciones a las puertas del Orco (p.78); la variada proliferación de sátiros, faunos, silenos, centauros y sirenas (p.118); la aparición del Tártaro, ese abismo insondable donde fueron arrojados los titanes para recibir su castigo (p.199); la aproximación al Walhalla, el salón de los muertos de la mitología nórdica (p.223); la laguna Estige o Estigia (p.258); la figura espeluznante del barquero Caronte (p.267)... El murciano Francisco Javier Illán Vivas mezcla todas esas menciones y las pone habilidosamente al servicio de su narración, logrando como resultado una historia atractiva, que no defraudará a sus incondicionales.
Hace tres años, aproximadamente, cuando reseñé en este mismo lugar la primera entrega de esta dilatada trilogía, acababa mi comentario con unas palabras que hoy quisiera reproducir: «Bien harían los amantes de Tolkien y otros novelistas fantásticos acercándose a las páginas de Francisco Javier Illán Vivas. Es más que probable que encontrasen en ellas muchos motivos para aficionarse a este escritor, tan pletórico de recursos como convincente». Sigo pensando lo mismo. Creo que estamos ante una de las personas que más esfuerzo han puesto en la Región por levantar una cosmogonía de héroes y de traidores, de monstruos y de asechanzas, de palacios y de desiertos, de mezquindades y de triunfos. Y como fondo, siempre, las pulsiones más hondas de la especie humana.