En Libia se está desarrollando uno de los trabajos más sucios en la sucia historia del imperialismo mundial. Desde el inicio de la revolución popular, el 17 de febrero pasado, las potencias de la Otan y de la ONU estuvieron barajando, sin interrupciones, la posibilidad de establecer una zona de prohibición de actividad aérea en el espacio libio, con la intención de impedir que Gaddafi utilizara su supremacía para aplastar el levantamiento popular con operaciones de bombardeo. Mientras deshojaban la margarita, sin embargo, evitaban realizar algo incluso más elemental, como hubiera sido la interferencia de las comunicaciones de la aviación de Gaddafi. De entrada, había quedado claro que una veda aérea implicaría la destrucción de las instalaciones anti-aéreas del gobierno, o sea el bombardeo de Libia. A lo que sí se dedicaron, sin embargo, fue a maniobrar políticamente en el campo revolucionario para forzar la formación de un gobierno contemporizador, con predominio de los elementos que habían colaborado con el régimen durante décadas y bloquear el ascenso de los sectores independientes. Como lo señalamos en forma reiterada en estas páginas, la estrategia del imperialismo era muy clara: favorecer el aplastamiento de la revolución por parte de Gaddafi para poder dictar, luego, una salida política con la revolución en retroceso. Es así que Gaddafi se siguió financiando con la venta de petróleo y que los anunciados congelamientos de activos en el exterior eran olímpicamente ignorados. Este hecho lo dejó perfectamente esclarecido, en una entrevista con el italiano Corrière della Sera, el presidente del Banco Central de Libia.
La decisión de imponer la veda aérea, hace un par de días, forma parte de esta política criminal contra la revolución, no contra Gaddafi -al cual la revolución convirtió en un paria internacional incapacitado para seguir manejando el gobierno del país. Pero la veda aérea, que comenzó con ataques de misiles y bombarderos contra todo tipo de blancos, más sus consabidas masacres colaterales, no representa en modo alguno la intención última. Aunque la resolución de la ONU que autoriza esta acción excluye el objetivo del "cambio de régimen" y la "ocupación del país", es en esa dirección que marcha la política militar del imperialismo. La intención política de los bombardeos es viabilizar la conversión de Libia en un protectorado. El argumento de que la intervención imperialista es un recurso extremo para impedir una masacre de las poblaciones sublevadas, por parte de los grupos de tareas de Gaddafi, no resiste el menor análisis -no solamente porque se están consumando otras masacres, sino porque la ocupación política y militar de Libia conducirá al tipo de masacres que asolan a Irak y Afganistán. La única forma genuina de defender a las masas sublevadas es dotarlas de armas y medios militares que les permitan combatir en un plano de igualdad militar a las tropas de Gaddafi.
Iniciadas las operaciones de aniquilamiento de las bases militares del régimen, los medios de comunicación dan cuenta de disidencias de diverso tipo en el bloque agresor. Para empezar, Obama sacó su carta escondida y pasó de rechazar una posición directora para el Pentágono a reclamar que el liderazgo de las operaciones quedara en manos del comando de la Otan. El planteo cayó mal entre los franceses, que habían fantaseado con dirigir la operación militar y anotarse, de este modo, para el reparto posterior de la riqueza libia desde una 'pole position'. En Italia, el Parlamento aprobó el ataque a Libia con el voto enfervorizado de la izquierda burguesa, pero con la abstención masiva de la Lega Nord, el bloque chauvinista que acompaña la gestión de Berlusconi. El ministro de Defensa, Sacconi, se desesperó por la posibilidad de que la petrolera italiana, ENI, perdiera en la posguerra la primacía que tiene en la explotación del petróleo libio. De conjunto, sin embargo, el temor es que el pasaje de la veda aérea al derrocamiento de Gaddafi, a la guerra civil y a la ocupación militar extranjera convierta al mediterráneo y al norte de Africa en un polvorín político y, por sobre todo, conduzca a un empantanamiento que podría ser fatal para el imperialismo. El verseo de Obama se ha transformado en la ‘vía democratizante' a la política de Bush. Parte, al menos, de la misma miopía -de que la superioridad tecnológica le garante al imperialismo la victoria política.
Cuando comenzaron los movimientos revolucionarios en Túnez y en Egipto, los intelectuales europeos comenzaron a hablar de una "primavera de los pueblos" -la etiqueta que el liberalismo le había pegado a las revoluciones europeas de 1848. Un verdadero despropósito, que era esgrimido con mayor entusiasmo por aquellos intelectuales de origen asiático -es decir: por los europeizantes. Las revoluciones árabes se desarrollan en el marco de la decadencia del capitalismo y de una enorme bancarrota capitalista. Lo que hay de común entre el 48 europeo y la revolución árabe en curso es la posibilidad de que ésta sea derrotada, como lo fue aquélla, por la inmadurez política de las masas insurreccionadas y que éstas sean absorbidas por movimientos democratizantes de inspiración imperialista. En Europa, el punto de viraje fue la derrota de la insurrección en Viena, que fue aprovechada para aplastar a los revolucionarios franceses, alemanes y húngaros. La operación imperialista en Libia tiene esa misma intención: convertirse en un punto de viraje para poner fin a las revoluciones árabes. El mismo imperialismo que va por el "cambio de régimen" en Libia, está armando la invasión de Bahrein por parte de Arabia Saudita. Pero aunque la historia se repite no hay que suponer que se copia: las reservas revolucionarias son todavía enormes -y lo demuestran así las sublevaciones crecientes en Yemen, la resistencia en Bahrein, las manifestaciones en Siria y, por último pero todavía más decisivo, el nuevo despertar del pueblo palestino.
Nuestra consigna es: fuera la Otan de Libia; armas para los revolucionarios libios; por la extensión y profundización de la revolución árabe. Deseamos que el Medio Oriente se convierta en la tumba del imperialismo mundial.
J. A.