Imagen extraída de www.educacionhijos.es
“Me atrevo a dar el consejo de escribir porque es agregar un cuarto a la casa de la vida. Está la vida y está pensar sobre la vida, que es otra manera de recorrerla intensamente”. La frase es de Adolfo Bioy Casares, escritor al que me atrevo a sacar a colación para reflexionar sobre el Día del Libro que se celebrará el próximo sábado. Precisamente, este día, convertido ya en una mera efeméride o en un atractivo reclamo comercial que para más inri, valga la expresión, este año queda enmarcado por el barroquismo y el boato dela Semana Santa, debería servir, cuanto menos, de reflexión sobre la importancia de la escritura y de los libros en nuestras vidas. En realidad, da igual la fecha concreta pero podría ser una cita de reconciliación entre dos amantes, el lector y el libro, que siguen atrayéndose sin remedio pero que, envueltos por el ritmo trepidante de vida actual, la frivolidad, el mercantilismo, el desprecio por la cultura, por el arte, el atentado contra la libertad de pensamiento, corren el riesgo de separarse. Y es que, la literatura no debe ser una imposición sino un auténtico placer, para el espíritu y para los sentidos. Al menos así lo he sentido desde niña cuando acariciaba las páginas de los libros sintiendo el olor de la aventura, el palpitar de la imaginación, la empatía con los personajes o el veneno de la trama inyectado en vena y diluido ya en la sangre, que pasaba a formar parte de la historia misma. Por eso, me pregunto yo: ¿Hace falta realmente imponer campañas educativas para fomentar la lectura en la población? ¿Es necesario ponerle a la lectura y a la escritura la máscara de asignatura obligatoria o podrían promocionarse simplemente como un placer o una necesidad del individuo? No lo sé pero prefiero quedarme de nuevo con las palabras de Casares: “Una aventura es la vida, la otra –al menos para mí- son los libros”.