Revista Cine
En el cénit de su dominio de la puesta en escena (concretamente - nada menos - filmado en la semana posterior a la finalización del rodaje de "Psycho", aunque emitido dos meses antes de la première neoyorkina de esta), Alfred Hitchcock rueda para el programa televisivo Startime, "Incident at a corner", una pequeña gran pieza olvidada dentro de la inmensidad de su obra.Con hacerse una idea del estado mental, personal... el poder como creador, alcanzado por Hitchcock después de terminar su sexta obra cumbre consecutiva, puede cualquiera imaginarse, si no ha tenido oportunidad de contemplarla o ya no la recuerda, qué contienen estos 48 concentradísismos minutos de magisterio narrativo para la pequeña pantalla.Tras la pirotecnia arrolladora de sus últimas creaciones, Hitchcock vuelve al punto en que había dejado su cine cuatro años antes con "The wrong man" y se ocupa de analizar con una precisión quirúrgica - que ni lo parece por su amenidad y aspecto "reducido" - qué ocurre con la reputación de un viejo guarda escolar rayano en la jubilación cuando es mancillada su reputación por un mensaje anónimo que lo acusa de lo peor que puede decirse de alguien como él: deshonestidad con los pequeños.Las múltiples implicaciones de la trama (con un sensacional arranque con tres puntos de vista consecutivos que quizá hagan pensar en "Rashômon", aunque el suceso en sí es una anécdota), siempre en movimiento, imposible anticiparse un segundo a su marcha (y sin embargo, diáfanamente clara desde el principio: su petit théâtre), tan vibrante en cerrados interiores y con personajes "pequeños" (agigantados por la minuciosa eliminación de todo lo accesorio: una clase magistral de qué información es útil, por qué y para qué, salvando el habitual enrriquecimiento conducente a hacer luego una selección) como antes lo fue en exuberantes aventuras e impenetrables misterios, provocan una vez más ese efecto asombroso de control total del universo, entendido como una muestra tomada al azar de la vida y de la que no somos capaces de disociar nuestras bajezas y mezquindades.La imagen de Hitchcock como supremo maquinador de los más variados entuertos y complots en los que se ven envueltos gente corriente abandonada a su suerte, queda enrriquecida y discutida por esta idealista y decidida defensa de la justicia y la búsqueda de la verdad, personificada en la pareja que forman George Peppard (desafortunadamente para él, nunca asociado ni a al cine de Hitchcock ni al de Ford, habiendo protagonizado estos años para cada uno de ellos una breve pieza - para Ford, aquel sublime interludio "The civil war" para el amorfo film colectivo "How the west was won" - que debería estar también más presente en el recuerdo colectivo) y Vera Miles (en su favor, que nunca se dice nada, destacar que tenía un sugerente tono de voz, tan femenina y poco apreciada cualidad), que llenan gozosamente el espacio en el que tan solos se habían quedado el honrado Manny Balestrero, el simpático Roger Thornhill/George Kaplan, el enamorado Scottie Ferguson y tantos otros inolvidables personajes. Perfecto ejemplo de lo que una vez fue y debió seguir siendo la televisión (concisa, ilustrativa y por qué ahorrarse el matiz, hasta educativa, tanto da si cercana o interestelar, pero siempre comprensible incluso para los que no estaban habituados a ir al cine), este Hitchcock "familiar", de un rigor expositivo que enmudece y nada vetusto, tan moderno como el insidioso ambiente que describe, que no ha cambiado ni un ápice, sorprendentemente minnelliano hasta en paleta de colores (difícil no recordar "Some came running" y otras, aunque a priori lo primero que se venga a la cabeza es "Le corbeau" de Clouzot o rehecho por Preminger) supongo que hoy no serviría ni para episodio piloto de una de las afamadas series televisivas que nos invaden (imposible imaginar subtramas, añadidos y circunloquios) y me temo aburriría y hasta irritaría de puro buen acabado.