Revista Cultura y Ocio
Me fascina la persistencia en el error, la creencia de que uno puede ser brillante en el error, la satisfacción que produce insistir en el error. De esa vindicación del error como plan de vida nacen muchos de los obstáculos que malogran una vida más placentera, un mundo más justo, una sociedad mejor ensamblada. Porque una parte del mal que padecemos procede de la bondad del error, de no querer mejorar, de contentarnos con lo que hay, sin insistir en más, sin caer en la cuenta de que se puede salir del agujero a poco que echemos el hombro o de que hablemos sin lastimarnos, comprendiendo al otro. Quizá el mal que gangrena al mundo sea la imposibilidad de ponerse en lugar del otro. La otredad es el asunto pendiente. Yo sé lo que me digo. Pero hay gente encantada en caer mal, en no gustar al resto, en envenenarlo. El mundo, una vez que se envenena, no gira bien. No se puede apreciar esto que digo, pero el mundo gira mal desde que empezó a girar. No sé si alguna vez ha tenido un giro óptimo, uno de verdad espléndido. Los humanos somos buenos, pero hay que ver lo que fascina el mal, lo bien que sienta equivocarse y advertir que uno puede labrarse un porvenir obrando mal. Ahora si me disculpan voy a comer dos cosas y me voy a tumbar dos horas. Todo va en esa dualidad. He estado toda la mañana transportando la historia de la literatura. Menos mal que he tenido cómplices en el viaje. Gente buena. Gente que obra como hay que hacerlo. Gente que disfruta pensando en que el mundo gire bien y que ellos hayan contribuido a la eficacia del giro. Yo me entiendo. Algunos por ahí también sabrán a qué viene este explayarse tan críptico. O no.