Revista Infancia
En un campo no muy lejano, donde el calor empezaba a notarse las ovejas comían hierba fresca y palos secos. Esos días esperaban con ganas la llegada de la esquila ¡era como ir a la peluquería! Tanta lana empezaba a molestarles y deseaban quitársela para andar más ligeras por el campo. Todas menos Peluda. Era una oveja friolera y no quería que le cortaran su melena de lana.
-Mmmmm- pensaba el pastor- a Peluda si le quitamos la lana habrá que hacerle un jersey para que no pase frío.-¿Y si le dejamos su lana?- le propuso el hijo del pastor- así no tendremos que tejerle un jersey porque ya estará abrigada.
Y pasaron varios veranos y Peluda era la única oveja que no se esquilaba y su lana crecía y crecía. Hasta que llegó un momento en el que le pesaba tanto que no podía moverse, y ya no salía al campo, y se quedaba sola en el redil.
El hijo del pastor se empezó a preocupar. Peluda era su oveja preferida y ya no quería jugar con él, además su lana cubría sus ojos y su boca y ya no podía ni ver ni comer. Así que una noche, mientras Peluda dormía decidió esquilarla sin que se diera cuenta.
A la mañana siguiente ¡qué susto! las ovejas no veían a Peluda, pensaban que se había escapado. -Soy yo beeeee- balaba Peluda.-¡Pero si no tienes lana!- le dijo extrañado el papá carnero.-Se me ha debido caer por la noche, porque ya pesaba mucho- le explicó Peluda sin saber realmente lo que había pasado.
Y corriendo salió al campo a comer hierba fresca y a jugar con las otras ovejas. ¡Qué divertido era y qué bien se sentía ahora sin ser una oveja peluda! Aunque las ovejas le seguían llamando Peluda, porque a pesar de ser esquilada, el pastor siempre le dejaba lana en la cabeza ¡para que se viera guapa y abrigada!Ilustración: Ana del ArenalImprime este cuento