Talla en la iglesia de San Sulpicio
de Diest, Bélgica. Siglo XVII.
Lamentablemente es esta una visión que aún muchos cristianos no han superado y constantemente están tentados a explicar los males como un castigo divino, lo cual habla de su poca comprensión del mensaje de Cristo, que sobre pasa la supuesta venganza divina.
La historia de Job habla de no aventurarse en juicios temerarios, de lo inescrutable de la providencia divina y de la absoluta liberalidad de Dios para con los hombres. De hecho, el mismo libro, por medio del profeta Elihú da una visión nueva al asunto: los padecimientos del Job le purifican en la virtud, y no son castigo de Dios, sino una prueba de este para que demuestre su fe, paciencia y fidelidad. Aún así, el libro no deja a Job en la miseria y enfermedad sino que, una vez probada su virtud, recobra la salud, bienes y vuelve a tener una numerosa familia, signo de bendición. Ya premia Dios en esta vida a sus fieles. Con Cristo esta visión se supera (de la enseñanza católica hablo), pues no se esperan premios en la vida, y los bienes no se consideran premios de Dios, pues el Único premio ya está dado, y es Jesucristo y su redención. Dios no necesita ya probarnos ni premiarnos, Cristo ha satisfecho por nosotros, y ampliamente.
Hay amplio debate sobre si la historia de Job es histórica, o sea, si se trata de un hombre real, o es un relato tradicional, personificado en alguien y localizado en el tiempo y el espacio. Por siglos tanto judíos como cristianos lo consideramos un relato histórico y veraz. Aunque algunos pasajes son fabulaciones y discursos catequéticos, como la reunión de Dios y Satán, el silencio de 7 días de los amigos delante de Job, o la intervención de Dios desde el torbellino. Y, claro, sobre todo el “happy end”, tan consolador como sospechosamente aleccionador. Hay una nota curiosa, para entender el contexto en el que esta obra se encuentra: Job vuelve a tener descendencia, pero mientras tiene el doble de hijos, solo tiene la misma cantidad de hijas que se mencionan en el prólogo. Haberle dado más hijas, sería signo de castigo, en la mentalidad del momento.
Así que, considerado Job como un personaje real, ha recibido culto en las iglesias occidental y oriental, y desde muy antiguo. En la Edad Media europea, era abogado de los apestados, los hospitales, los leprosos, hasta que el imparable culto a San Roque de Montpellier (16 de agosto) lo desplazó. Unas supuestas reliquias se veneran en Brabante. En Belsele, Bélgica, aún hay una fiesta popular en su memoria el segundo domingo de mayo. También es abogado contra la sífilis, hemorroides, úlceras, erupciones cutáneas, arañazos y golpes.
Para los espirituales, el santo Job es, sobre todo, ejemplo de paciencia, y así lo expresan en muchas ocasiones. Catecismos, predicaciones, exhortaciones morales tienen en Job un rico símbolo de penitencia, mansedumbre, fe y sobre todo, paciencia. Para ello una muestra, entresacada de la Autobiografía de Nuestra Madre Santa Teresa (15 de octubre y 26 de agosto), refiriéndose a su enfermedad de juventud:
“Todos me desahuciaron, que decían sobre todo este mal, decían estaba hética. De esto se me daba a mí poco. Los dolores eran los que me fatigaban, porque eran en un ser desde los pies hasta la cabeza; porque de nervios son intolerables, según decían los médicos, y como todos se encogían, cierto -si yo no lo hubiera por mi culpa perdido- era recio tormento. En esta reciedumbre no estaría más de tres meses, que parecía imposible poderse sufrir tantos males juntos. Ahora me espanto, y tengo por gran merced del Señor la paciencia que Su Majestad me dio, que se veía claro venir de El. Mucho me aprovechó para tenerla haber leído la historia de Job en los Morales de San Gregorio, que parece previno el Señor con esto, y con haber comenzado a tener oración, para que yo lo pudiese llevar con tanta conformidad. Todas mis pláticas eran con El. Traía muy ordinario estas palabras de Job en el pensamiento y decíalas: 'Pues recibimos los bienes de la mano del Señor, ¿por qué no sufriremos los males?'" (Vida 5, 8)