Revista Libros
La palabra iluminada de Manuel Padorno
Publicado el 11 marzo 2011 por Santosdominguez @LecturaLectoresManuel Padorno.
La palabra iluminada.
(Antología 1955-2007)
Edición de Alejandro González Segura.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2011.
Atravesé la puerta. Al otro lado
no estaba el mundo. Ya, todo distinto.
Por lo que tuve que empezar siquiera
a descifrarlo. ¿Qué se parecía?
Nada. Absolutamente nada. Nunca.
Para nombrarlo como era, entonces
debía utilizar otro lenguaje
(que deberé aprender), y es por lo que
trazo unos signos, formo algunas letras,
vuelvo palabras lo que vi, sabiendo
que con ellas no puede referirme
con toda exactitud a aquéllo, el otro
lugar en donde entré, donde salí
hasta ver, borroso, lo invisible.
Esos versos, de Entrada al desvío, forman parte de Desvío hacia el silencio y resumen el sentido de la poesía y la creación del poeta y pintor canario Manuel Padorno (1933-2002), uno de esos autores inclasificables que fueron coetáneos de los más conocidos poetas del grupo de los 50.
Poetas como Antonio Gamoneda, Luis Feria, Mª Victoria Atencia, Ángel Crespo, Félix Grande, Fernando Quiñones, Paca Aguirre o César Simón, por citar sólo a algunos, porque la nómina podría alargarse con muchos nombres más de poetas excelentes que hicieron su particular camino de perfección en solitario.
A estos poetas que afrontaron al margen de grupos su aventura poética a través de un mapa que les llevó a alcanzar su propio tono de voz, los manuales y las antologías los suelen confinar a los márgenes del canon, aunque su obra esté a la altura de los canónicos Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Ángel González o José Ángel Valente, que era, por cierto, el que señalaba que donde acaba el grupo empieza el poeta.
De esa aventura estética, de esa búsqueda de un mundo poético propio que se justifica en sí misma tanto como en sus hallazgos da cuenta La palabra iluminada, la reciente y extensa antología Manuel Padorno que Cátedra Letras Hispánicas publica con introducción, selección y notas de Alejandro González Segura.
La palabra iluminada recorre el proceso creador de Padorno desde el inicial Oí crecer a las palomas hasta los póstumos Canción atlántica y Edenia. Medio siglo de poesía que intenta “llegar hasta el desvío, desvelar la realidad”, como señalaba el poeta en las palabras preliminares de su antología personal La guía.
Manuel Padorno fue un poeta en el que la insularidad iba más allá del rasgo biográfico y de su hábitat. Afecta a la misma esencia de su razón poética. Porque la poesía de Padorno proyecta una mirada comprensiva a la realidad, es una constante búsqueda de lo invisible, del otro lado, una indagación en lo infrecuente por parte de quien se veía a sí mismo como un nómada que convoca la epifanía de la luz o como un sacerdote revelador de lo oculto o lo etéreo: La lámpara que rueda en mí, tan torpe, /también alumbra lo desconocido.
La luz, el mar, el agua, el viaje con la palabra hacia la revelación de otra realidad, hacia esa Edenia de su último libro, son algunas de las constantes temáticas de una poesía que se mueve en el filo de la oralidad y el hermetismo, entre el tono coloquial y la elaboración gongorina.
Su poética atlántica, minuciosamente analizada en la introducción por Alejandro González Segura, conecta a Padorno con el tercer Juan Ramón, el de Lírica de una Atlántida, en un deseo común de descubrir otra realidad, de expresar lo inefable, de escribir desde el otro costado o desde el otro lado.
La luz y la palabra que se resumen en el título de la antología son una constante en quien como Padorno era pintor además de poeta. De hecho, para la viñeta de la portada se ha elegido un acrílico sobre lienzo, Nómada marítimo, que resume el mundo del poeta, tan marcado por la mirada, la luz y la iluminación de la palabra.
Sobre esa línea luminosa que une su poesía con su pintura escribía Manuel Padorno en su conferencia Una lectura distinta del mundo a través de la pintura y la poesía (1995):
El motivo principal tanto de mi pintura como de mi poesía, desde siempre, es desvelar el mundo exterior, ir penetrando y fijando una nueva lectura del mundo, lo que yo llamo el “afuera”, fundamentado principalmente en el tema de la luz y del mar. Así surge el nomadeo de la luz, el “Árbol de luz”, la “Gaviota de luz”, “El vaso de luz”, la “Pirámide de luz”, “La luna del mediodía”, “La carretera del mar”, etc. Se trata de crear una mitología, una cosmología atlántica, canaria, basada en el mundo invisible, en lo que no se ve, en lo que se desconoce, en lo que se ignora.
Un mundo poético que podría resumirse en estos versos que cierran la Sextina del vaso de luz:
El solitario tiene un vaso de agua
en sus manos (la orilla de la playa)
donde bebe la llama de la luz.
Santos Domínguez