El Guadalquivir, ese río milenario en el que tanto nos cuesta mirarnos a los sevillanos, como una enorme tubería transoceánica por donde circulan a todo trapo cruceros mastodónticos, de alturas que superan incluso a la Giralda, y que vomitan cientos de miles de turistas que pululan nuestras calles en tropel, botella de agua en ristre y protegidos del son inmisericorde bajo la visera de una gorra de béisbol. ¿Os lo imagináis?
A primera vista puede parecer exagerado, pero dada la insistencia cacofónica de algunos en el tema, y el consiguiente eco mediático de las baterías de titulares afines, no es de extrañar que más de uno ya se haya solazado con la idílica escena reproducida con un alto grado de fidelidad en sus sueños de la siesta.
Una panacea, la de los turistas de cruceros dejándose los jurdeles a raudales por las singulares calles sevillanas, que tiene otra cara que dibuja una realidad bien distinta.
Te lo contamos todo al milímetro en “El cuento de la lechera de los cruceros”, otro trabajo de la redacción de sevilla report.