Retrato anónimo de joven zíngara, c.1900 |
Joven con pandereta, José García Ramos, c.1905
De entre las estancias de su modesta casa Catalina tenía por lugar favorito un luminoso ventanuco que daba a la bulliciosa costanilla. Allí sentada podía observar a todo afanado transeúnte mientras soñaba despierta imaginando un porvenir mejor y hacía gala de una delicada voz canturreando al compás de su resonante pandereta. Su hipnótica belleza no pasaba desapercibida y lógicamente pronto se corrió la voz. Así, todo viandante (tanto hombres como mujeres) al pasar por la ventana hacía un obligado parón y quedaba embobado (o roja de envidia en el caso de algunas damas) solazándose con los encantos físicos y musicales de Catalina.
Chicas de Capri en la azotea, John Singer Sargent, 1878 |
La Panderetera, Charles Emile Vernet-Lecomte, c.1870 |