Es curioso como en determinado momentos hay quien tiene un don especial para la transgresión más irreverente. Quizás sea fruto de los tiempos, tan peculiares que cada época tiene sus propias reglas morales que no tienen nunca una fecha certera de caducidad, o en este caso de tolerancia. Los ochenta fueron unos años peculiares, en los que la libertad de expresión cultural parecía más libre del encorsetamiento de otras décadas más conservadoras en sus atrevimientos. Hoy en día, cuando veo que el coleccionismo de cromos en los niños aún se mantiene, aunque con unas reglas algo distintas de las que prevalecían en nuestra infancia, dando fe de lo adictivo que puede ser intentar completar un álbum y de la necesidad imperiosa de llegar hasta el final. Bien es cierto que se han perdido ciertas costumbres. Nuestros hijos son poco dados al chalaneo del intercambio de cromos repetidos, todo un ritual de nuestra niñez que parece en vías de extinción, tal y como podríamos recordar con aquellas pequeñas manos abarcando un taco de cromos, rodeadas de un corrillo en las que se intercambiaban las repetidas, discutiendo si aquella o esta otra era más difícil de obtener y por eso valían más. Una colección que jamás pasó por mis manos, probablemente porque la edad me impedía por entonces volver a un estado más pueril, fue la de La Pandilla Basura, una propuesta sin duda original y atrevida que hoy en día me parece poco apropiada para los niños, pero de un gran atractivo para los adultos. Producidos en 1985 por la compañía Topps y con el nombre original de Garbage Pail Kids su intención era la de parodiar a las muñecas de la compañía Coleco, las Cabbage Patch Kids, ideadas por Xabier Roberts, y conocidas popularmente como muñecas repollo.
Era más que evidente que a la compañía juguetera no le parecería nada productivo que, su producto estrella, estuviera relacionado de alguna manera con tan agresivas e irreverentes ilustraciones. Así que Coleco emprendió actuaciones legales, demandado a la empresa Topps por infracción de marca registrada. Como no podía ser de otra manera, el pleito se ganó y obligaron a los creativos de la Pandilla Basura a la modificación de sus personajes, para que su aspecto no fuera tan parecido a las Cabbage Patch. Los dibujantes Art Spiegelman y Mark Newgarden, junto al diseñador John Pound , procedieron a modificar sus diseños y sus criaturas cambiaron algunos rasgos físicos, aunque jamás se podría olvidar a que objeto parodiaban de forma tan cáustica.
Aunque la colección de cromos pronto se hizo enormemente popular en muchos países, no cabe duda de que estaba ya herida de muerte. Las críticas fueron múltiples y muchos padres y educadores consideraban, quizás justamente, que semejantes ilustraciones no eran demasiado apropiadas para el público infantil. Hubo incluso algún que otro país que prohibió directamente su importación por considerarlas denigrantes y ridículas. Es evidente que, un producto que se basa en mutilaciones infantiles, escatologías diversas, sangre y vísceras no encaja en lo que debería ser una propuesta a semejante consumidor final. No tengo demasiado claro tampoco si los dibujos serían del gusto de los niños. A mi hija de 9 años, coleccionista compulsiva de los cromos de Pokémon, les parecen sencillamente un horror. A mi me parecen ingeniosas, hilarantes e imaginativas, aunque no me parecen un acierto como producto infantil y dudo que se las ofreciera a niños de corta edad.
En el año 1987 tuvieron la osadía de llevar a la gran pantalla a tan peculiares personajes en un film dirigido por Rodney Amateau con el nombre de "La Pandilla basura", cuyos únicos méritos se resumen en sus tres nominaciones a los Premios Razzie, peor nueva estrella, peor canción original y peores efectos visuales, que por cierto no fue capaz de ganar.