Llega la nieta y mira a su abuela: la reconoce, es la Paqui, su Paqui. Se muda toda en dulzura, coge sus manos, y llora con disimulo, inclinado el rostro.
Le dice —se dicen—cosas bonitas, palabras tiernas y risueñas. Las miradas rebosan, se truecan los milagros en la luz vespertina. Se intercambian gestos consabidos, contraseñas que les son propias y familiares.
La nieta encuentra los manantiales perdidos, zahorí de los pedregales que en lo profundo rezuman.
La besa —se besan—. Se marcha triste por lo que deja, y feliz por lo que permanece.
Mariaje López
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