Revista Opinión

La parábola del cornudo

Publicado el 21 noviembre 2019 por Carlosgu82

Nota Importante: Nunca uso el humor con animus molestandi o animus injuriandi o animus laedendi; sino siempre sólo con animus iocandi

del libro: Josué, el profeta que regresó al tercer día de un coma etílico

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Josué, el profeta, se hallaba en una taberna de la alegre y refinada Gaza; a cuyo puerto llegan mercancías de todo el Mare Nostrum, como le dicen los romanos. Había acudido a sanar a una viuda de sus varices, y a beber vino de Hispania.

«En verdad, en verdad os digo que este vino bético tiene la color mucho mejor que las venas de la señora viuda, y su temperamento también es muy preferible. Esta viuda que nos ha echado a palos de su morada, curaría su condición si cada día la visitásemos, y cada día subiera la cuesta corriendo para alcanzarnos con una piedra. Y todo por traerle ristras de ajos en lugar de bendiciones, cuando todo el mundo sabe que el ajo espanta al demonio que para la sangre. Es verdad que también ahuyenta a los pretendientes de una viuda; pero con ese carácter no le hace falta ajo para eso.»

Los discípulos allí congregados observaron entonces que, en hablando, el profeta no pasaba la jarra; y le conminaron a dejarla pasar, y mostrarles una parábola antes de que la embriaguez atara su lengua o peor la moviera a cantar.

Subiéndose pues a la mesa, Josué habló así a los presentes:

Habreís oído, hablando de las mujeres, que «de la mujer y el mar, no nos podemos fiar»; o «cojera de perro y lloro de mujer, no son de creer», o «mujeres de Gomorra, la que no es puta es zorra». Todo eso es verdad. Sin embargo, se cuenta que había un hombre muy insatisfecho con su hembra, porque tras cinco largos años aún no le había dado un solo hijo. Y vino un día el hombre con un cordero del mercado y, dándolo a su mujer le dijo: Anda, ve al Templo, y pide a un sacerdote que lo sacrifique a Dios para que te bendiga con al menos un varón.

Y así hizo la mujer; y aún volvió dos veces más al templo, para sacrificar una gallina y un ganso. Y ocurrió que perdió pronto el sangrado, y su vientre comenzó a abultarse.

Al cabo de nueve meses nació la criatura; era un varón hermoso y sano, sin defecto. Siéndole llevado al señor de la casa, lo alzó a la luz de la ventana y comprobó que el bebé tenía toda la cara del sacerdote Elías, y hasta su misma forma de guiñar el ojo.

Entonces, el profeta Josué preguntó a sus discípulos: ¿Qué enseñanza extraeis de esto? Y un hombre mayor explicó: Este hombre tan cornudo comprendió que el estéril era él, y no su esposa, y que igual que la mujer administra el patrimonio del hombre, también el marido debe contribuir al matrimonio de la mujer si lo quiere fecundo. Y que el varón necesita a la hembra, y la hembra al varón, desde tiempos del Génesis a esta parte.»

Josué alabó el buen juicio del anciano. Y a continuación remató diciendo que, no sólo en la casa de cada uno, sino en la casa de todos que es Palestina, lo que consiguen los hombres mérito también es de las mujeres; y al revés. Y que en otras provincias y reinos sin duda era así también. Y que siendo los méritos compartidos, también lo son los defectos; por lo que no se puede hablar de que la flor sea mejor que el tallo, o el tallo mejor que la flor.

Y que no hay que fiarse de los sacerdotes del Templo, eso también; que son saduceos y lo peor. Encontrándose aquel día un saduceo entre el gentío, se escurrió antes de que le sacara parecido alguno de los presentes con su descendencia.


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