La democracia ha logrado eximir de toda responsabilidad al ciudadano, basta con dejarle votar cada cuatro años para que el contrato social quede reducido a mera representación y para que todos, bajo el gran paraguas de la indiferencia, nos declaremos apolíticos (la mejor forma de mantener el anonimato). Las dictaduras empujan a la participación, las democracias matan de indiferencia. Nos pensamos libres porque debemos elegir cada cuatro años qué partido nos gobernará, sin embargo, la política ya ha rebasado la cuota de paciencia del ciudadano y cada vez resulta más evidente que el Rey está desnudo, como en aquel cuento de Andersen, y que votar cada cuatro años es una libertad que nadie quiere, como la libertad de gastar un dinero que tampoco nadie tiene. Nos proveen de libertades quiméricas, absurdas, innecesarias, para poder legitimar un discurso que nunca dijo nada, un discurso vacío: Eres libre, no protestes.
Me pregunto quién toma las grandes decisiones y bajo qué circunstancias personales. Las grandes decisiones no las toma el grueso del electorado, las toman personas que salen en las portadas de los periódicos. Estamos pues expuestos al capricho de, por ejemplo, Christine Lagarde, Angela Merkel o los ministros de finanzas de la eurozona. Si cualquiera de ellos ha discutido con su pareja, o ha tenido un mal día con su hijo rebelde, o ha tenido pesadillas, o sufre carencias en el afecto desde la niñez su decisión puede no responder a parámetros estrictamente profesionales. La democracia de las altas esferas está libre de someterse a la legitimación del pueblo, que ya hizo su parte depositando una papeleta en una urna; en ese momento decidió que otro tomara las grandes decisiones. Dejar en manos ajenas los asuntos propios responde al mismo principio que creó el mando a distancia o el teléfono móvil.
Toda esta diatriba contra la democracia y el civismo me vienen ahora a la cabeza mientras Chipre se hunde, o mejor, mientras asistimos a la representación del hundimiento de Chipre. Parece que después del euro nos aguarda el abismo, la nada, el empobrecimiento mas absoluto. El euro se ha convertido en imprescindible, como lo fue el oro, la peseta o los sestercios. Cualquier escenario fuera del euro resulta desconcertante, desconocido y desolador. Pero Chipre sólo lleva cinco años en el euro y puede ser el pequeño laboratorio de la ruina o la emancipación definitiva de Europa y sus propias cadenas. Las medidas que la Troika ha decidido para los ciudadanos chipriotas no traslucen el ideario democrático que enarbolan los burócratas europeos. No creo que ningún ciudadano de Chipre esté por la labor de entregar parte de sus ahorros para pagar la cuenta del festín que nunca probó; no sé si al eurogrupo le parecerá caprichoso pero, a nadie le gusta pagar una cuenta que no le corresponde. Así las cosas, Chipre es hoy el destino perfecto para los enamorados, aquellos que no salen del hotel y que llevan la maleta ligerita de ropa, mucho cash en efectivo para comprar rosas y condones, y un plazo mas bien escaso de tiempo que gastar; todo muy apretado y muy intenso, para que pasen tres noches como si fueran tres años.
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