La paradoja de la diversión
Divertirse: deriva del termino Di-vertir: «volcarse en…»
Abrirse a otros es la clave para poder sonreír. La Paradoja es que necesitamos de los demás para divertirnos. Podemos sentirnos alegres, pero la diversión en soledad es solo una ilusión.
Quiero creer que no nacimos para tener la cara pegada a la pantalla de un celular. No puede ser que dependemos tanto del En Vivo y En Linea, como para no distinguirlos de nuestra vida real. Me niego a creer que seamos solo una cifra en un mar de códigos imposibles de abarcar. Podemos usar la Ciencia, el Esoterismo, la Religión para entender al ser humano. Pero al fin de cuentas, somos mucho más que la suma de todas ellas.
Hay un espíritu inquieto en nosotros que se rebela a ser cuantificado; es la rebelión del Absurdo contra todas las medidas establecidas para mantener la seriedad de la vida. Reír es el antídoto y la enfermedad. La cura nunca exigida para males que no pedimos. Porque lo opuesto de la risa nunca será la amargura; es la formalidad. Terrible ritual en el cual ponemos nuestras esperanzas, basados en actos reiterados y pretenciosos, para mantener nuestro mundo ordenado y predecible. Mundo tranquilo si los hay, pero lleno de miedo y resignación: aquello que se nos escapa de las manos, no debe existir. Y si no existe, no es una amenaza. ¿El precio? Perdemos la poca espontaneidad que nos queda desde la niñez, cuando comenzó a estar prohibido reír, gritar, soñar.
Divertirse es darse al otro. Saber ofrecer lo mejor de cada quien. Y aquí está la respuesta a la paradoja: quien da tiene que aprender a recibir. La alegría es contagiosa, y reímos con la esperanza de que otra persona, allá a lo lejos, nos devuelva ese pedacíto de Cielo que es la alegría. Y hacer de ese intercambio una cadena, que no debe ni tiene razón para cortarse.