Revista Cine

La parte de atrás

Publicado el 09 diciembre 2009 por Dorothy
La parte de atrásMientras Elisa recorría el pasillo, experimentó algo de alivio al no estar ubicada en las primeras filas. Por alguna razón se sentía más segura en la parte de atrás del avión. Quizás porque la zona de adelante, era la primera en recibir el impacto en las imágenes que pasaban por su cabeza. Tenía terror de viajar en avión, pero al vivir lejos de su familia, no le quedaba otra alternativa. Era el último viaje que podía hacer en un largo tiempo ahora que estaba por ser madre. Había pasado gratos momentos en su país compartiendo con personas queridas y ahora le tocaba regresar junto a su esposo. Notó que el bebé se movía. Seguro que podía sentir el nerviosismo de su madre.
Encontró su asiento en la fila treinta, localizado en el pasillo tal como lo había solicitado. No soportaba la idea de sentirse atrapada entre dos personas. Con alivio notó que solamente estaba ocupado el asiento de la ventana. Nadie en el centro. Un asiento protegiendo su espacio y privacidad. Y es que volar no era el único miedo de Elisa. La gente extraña la intimidaba y le costaba trabajo establecer contacto con desconocidos. Miró de reojo al hombre sentado casi a su lado. Parecía que estaba durmiendo recostado sobre la ventana. Decidió examinarlo mejor para asegurarse que de que no viajaba junto a alguien sospechoso. Descubrió que el hombre no dormía. Estaba recostado, sí, pero tenía los ojos abiertos con la mirada perdida hacia lo que la ventana mostraba. Con mucha ansiedad, Elisa tomó la revista del bolsillo del asiento y comenzó a pasar las hojas sin leerlas.
Estaba a punto de llamar a una azafata para que le trajera un té relajante pero escuchó al piloto anunciar que ya iban a despegar. Se abrochó el cinturón y cerró los ojos. El avión comenzó a moverse lentamente. Pensó en un jardín hermoso con muchas flores y sonidos de pájaros y agua. Era lo que había aprendido en sus sesiones de terapia para aplicar en momentos de estrés como este. Sintió que se elevaban y el bebé pateó levemente. Escuchó ese ruido terrible de animal herido que emiten los aviones cuando despegan. Elisa comenzó a respirar. Sus oídos querían explotar. Continuó respirando despacio y profundo. Se concentró en el movimiento de su pecho y en el recorrido del aire por su cuerpo, recordándose a si misma que estaba en la parte de atrás y que todo iba a estar bien.
Ya estaban en el aire y escuchó a su alrededor a la gente conversar tranquilamente. Tenía los oídos tapados pero el dolor ya había pasado. Se atrevió a abrir los ojos y vio como las azafatas y sobrecargos se alistaban para el servicio de bebidas. El hombre en la ventana seguía inmóvil, y continuaba mirando hacia afuera como buscando algo. Elisa no comprendía lo qué podía estar contemplando. Eran las ocho de la noche y todo lo que los rodeaba era una negra oscuridad.
Trató de distraerse con una película durante un par de horas. En el transcurso de este tiempo pidió tres tazas de té. No comió nada ya que nunca sentía apetito en los aviones. Las bebidas no ayudaron a tranquilizarla pero si le hicieron necesitar ir al baño. Se paró asegurándose de que no quedaba nada en el asiento y que todas sus cosas estaban dentro del bolso. Recorrió la corta distancia del pasillo que la llevó al lavatorio de atrás. Se encontró con disgusto a varias personas esperando. No quería estar parada tanto tiempo. La posibilidad de no estar en su asiento ante cualquier situación de emergencia le pareció espantosa.
Decidió recorrer el largo pasillo hasta los lavatorios de la parte de adelante. Trató de caminar rápido para no ver a nadie y que nadie la viera a ella. La idea de cruzar miradas con un extraño la hacía sentir muy incómoda. Vio que en el lavatorio de la derecha sólo había una persona esperando. Era una señora mayor que por suerte parecía de mal humor y no se volteó a mirarla.
Elisa pudo entrar al baño finalmente, y se apresuró para no estar mucho tiempo ahí. Abrió la puerta y recordó que se le habían terminado los pañuelos faciales, así es que extendió la mano hacia el dispensador para tomar algunos. En ese momento escuchó que dos azafatas conversaban. Estaban hablando de un incidente ocurrido la semana anterior, durante un vuelo de la misma ruta por la que viajaban ahora. El corazón de Elisa comenzó a palpitar fuertemente y pensó si no sería mejor salir del baño y no escuchar más. Los nervios, sin embargo, no le permitieron moverse. Las azafatas continuaron hablando sin imaginarse que un pasajero las escuchaba. Una de ellas comentó que la versión oficial de la aerolínea fue la de una turbulencia de alta intensidad. La otra le contestó que el rumor que a ella le había llegado era diferente. Le contaron que el avión había comenzado a temblar fuertemente asustando a los pasajeros. La tripulación de cabina informó a la administración que luego del remesón, observaron una luz muy intensa dirigirse hacia ellos. Elisa no podía creer lo que estaba escuchando. Quería gritar para que se callaran pero era como si su cuerpo se negara a funcionar. Lo último que alcanzó a oír de la perturbadora conversación fue que el piloto pensó que iban a chocar con otro avión e inició los avisos de alerta pero que justo en ese momento la luz desapareció y el avión regresó a la normalidad.
Elisa sintió que se quedaba sin aire. Estaba a punto de ceder al pánico y dejarse arrastrar por un ataque pero recordó al ser que habitaba en su vientre. Eso le dio las fuerzas necesarias para comenzar a respirar. Inspiró y expiró lentamente varias veces. Pensó en el jardín, los pájaros y el agua. Finalmente pudo salir del lavatorio. Caminó por el pasillo lo más rápido que su cuerpo le permitió. No se dio cuenta si las azafatas la vieron. No le importaba nada, solamente quería llegar a la parte de atrás.
De vuelta en su asiento y ya con el cinturón puesto, pensó en lo que había escuchado. Su cabeza le decía que no debía darle importancia pero sus nervios hacían caso omiso a la razón. Abrió su bolso, buscando la botella de agua que había comprado antes de embarcar y luego la caja de pastillas. Había querido evitarlas hasta ahora. No quería correr ningún riesgo que pudiera afectar a su hijo pero no vio otra salida. Sintió como el agua empujaba el tranquilizante por su garganta, cerró los ojos y rogó para que el efecto del medicamento no tardara.
El avión aterrizó sin contratiempos. Elisa se bajó y a la salida del terminal encontró a su esposo esperándola. Lo abrazó fuertemente sintiendo que la inundaba un gran alivio. Ya todo había pasado. Lo que escuchó en el avión había sido una tontería y ella se sentía también como una gran tonta. Los pasajeros caminaban a su alrededor. A su derecha vio pasar al hombre de la ventana. Por fin pudo ver su rostro y sus ojos que la miraban fijamente.
De repente una sacudida la arrancó de los brazos de su esposo. El mundo comenzó a temblar a su alrededor. Elisa abrió los ojos y se encontró en el asiento del pasillo de la fila 30 de un avión. Una luz intensa que venía desde adelante lastimó sus ojos. Escuchó gritos de terror provenientes de los pasajeros. A su lado, el hombre seguía concentrado en lo que veía a través de la ventana. Elisa acarició su vientre para tranquilizar al bebé y le susurró que no se preocupara, que por el momento estaban seguros en la parte de atrás.

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