Revista Opinión
El científico Joe Incandela ha encontrado una protuberancia en los 125 Gev (gigaelectronvoltio) y la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) corrobora que podría tratarse del famoso Bosón de Higgs, nada menos que un tipo de partícula elemental que se cree tiene un papel fundamental en el mecanismo por el que se origina la masa de todas las partículas del Universo. En cristiano, algo así como la piedra filosofal, el Santo Grial de la Ciencia, el botón a través del cual Dios pudo haber originado el vasto universo conocido e ignoto. No en vano, los científicos tutean al Bosón de Higgs como la Partícula de Dios. El Bosón de Higgs era la única partícula predicha por el Modelo Estándar de Física de Partículas que aún no había sido descubierta. Este modelo cosmogónico especula acerca de la posibilidad de que en un principio existiera una masa de partículas agrupadas, pero hasta ahora no se sabía qué originaba esa masa. Fue esa masa de electrones la que permitió que existieran átomos, y estos los que originan los cuerpos físicos.He de reconocerlo, eso de Bosón de Higgs me sonaba hasta ahora a personaje de El señor de los anillos. Aunque después de saber que se trata de una partícula primigenia, creo volver de sopetón a la época de los presocráticos y su arjé (primer principio). La naturaleza humana no cambia; seguimos empeñados en saber qué fue primero, el huevo, la gallina o el dueño del corral. Somos la especie más curiosa del planeta. Imaginemos a un niño pequeño y a un gato tumbados en el suelo de una habitación. Se entreabre la puerta y de ella sale rodando una pelota. El gato correrá tras la pelota, pero el niño girará su cabeza hacia la puerta, preguntándose quién la hizo rodar. Por mucho que digan que la curiosidad mató al gato, el ser humano supera al felino con creces. Afirmaba el filósofo Immanuel Kant que los seres humanos tienen tal afán por dar respuesta a sus preguntas, que cuando llegan a una pregunta que carece de una respuesta racional, que no podemos corroborar científicamente, nos inventamos una estructura de pensamiento metafísico que dé salida a nuestra perplejidad. De esta necesidad de dar respuesta incluso a aquello que no la tiene nacen -declara el maestro alemán- disciplinas como la religión, el arte o la filosofía. Supongo que ahora que el Bosón de Higgs tiene una explicación científica dejará de ser llamado la Partícula de Dios, y ocupará de seguro su lugar otro imponderable de la ciencia, como la materia oscura, que compone el 23% del Universo, pero cuya naturaleza nos es por ahora totalmente desconocida. Después de todo, es lógico que la esencia misma de Dios sea la materia oscura. Estoy más con Pascal que con Einstein. Einstein afirmaba que «él hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir», pero estoy más inclinado a pensar que precisamente tendemos a encontrar a Dios en aquellas puertas infranqueables que la ciencia aún no ha abierto o nunca lo hará. Einstein, como también le sucedía a Newton, tenía la convicción en esa regla básica de la física clásica según la cual Dios creó el Universo y lo hizo regido por mecanismos causales que el ser humano es capaz de resolver con esfuerzo y constancia. ¿Para qué si no nos habría regalado Dios la capacidad de pensar? Para el científico clásico, Dios es un ser juguetón, que creó el mundo pero no nos mostró explícitamente las causas del mismo. Somos nosotros, a través de un ejercicio detectivesco, quienes debemos desenredar esta madeja deductiva. Dios muestra los efectos, pero esconde las causas. Dios quizá no juegue a los dados con el universo, pero sí juega al escondite con el ser humano. Como decía Pascal, «toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera.» Dios se muestra cuando se esconde; es, en definitiva, una sustancia oscura, un imponderable sin respuesta, y en esa búsqueda insaciable reside el encanto de toda espiritualidad. Cuando esas preguntas inquietantes encuentran su acomodo en la respuesta que ofrecen los dogmas, ya no estamos hablando de lo numinoso; estamos en el reino de las religiones, sembradas sobre el campo estéril del apriorismo.Todas las religiones debieran aprender de la ciencia su querencia por no cerrar nunca la última puerta, su sana tendencia a hacerse preguntas más que acomodarse en el mullido sillón de las respuestas.Ramón Besonías Román