Revista Cultura y Ocio
Blancas abren, como siempre.
Las negras se resignan porque no les queda otra y, aun así, comienzan pensando que no están en desventaja.
Los peones blancos, gráciles, andan con sus sinuosos pasos, casi sin darse cuenta. Los caballos, saltan con agilidad y firmeza. La reina bosteza, aburrida; no le interesa para nada esa partida.
Poco a poco, se va vaciando el tablero. Cada vez queda menos para obtener un vencedor, y ambos bandos están al tanto.
Un rey y un peón negros contra todo el ejército blanco.
Ya sin mensajeros, ni esposa, ni caballeros... ¿qué le queda al monarca? Muy de vez en cuando, y de repente, se pone a sollozar a espaldas de las blancas. No pueden ver su flaqueza; eso le destruiría. Por ello, concentra toda su energía en ese peón. Quizá es débil e insignificante, pero es la única manera de mantenerse con vida. Además de que él es el único que puede revivir a su esposa.
Las blancas se ríen. ¡Qué ingenuo es! Intenta aparentar que es poderoso y que tiene confianza en su peón... Juguemos un rato con él, alimentemos su única esperanza de seguir con vida. Y finjamos que sus convicciones son ciertas.
El peón está sonriente. Cada paso que da, lo da con más firmeza; más seguro de sí mismo. "Puedo hacerlo, el rey estará orgulloso de mí". Lágrimas de alegría resbalan por sus mejillas.
El rey, a sus espaldas, se arrepiente. ¿Por qué ha dejado que el peón se creyera que tenían posibilidades? ¿Por qué él mismo se lo creyó? En todas las partidas jugadas ha pasado lo mismo, y en todas vuelve a cometer el mismo error.
Muere el peón. El rey negro ya se había hecho a la idea pero, aunque se preparó mentalmente para el golpe, perder el peón una y otra vez le desgarra por dentro. ¿Hubiera sido mejor sacrificarlo al inicio de la partida? Ha estado haciéndole creer que era poderoso, pero hasta el mismo monarca estaba convencido de ello.
Las blancas, victoriosas, ni siquiera se ven concentradas en la guerra. Ellas tienen talento natural y, cansadas de ganar, no aprecian la victoria. Si por una vez (¡una vez!) fuera el rey negro el que ganara, las cosas serían muy diferentes.
El último pensamiento de la última pieza negra antes del inevitable jaque-mate es "¿Quién ha decidido que abran las blancas si son las que mejor juegan?"