Revista Cultura y Ocio

La pasión belga

Por Magarcia

Tengo una predilección personal por Bélgica. Nuestro imaginario colectivo asocia pasión con países como Turquía, España o Italia, como si bajo las brumas y fríos del norte no se caldearan también ardientes pasiones.

 El prototipo de los belgas no se corresponde con los lugares comunes de la pasión, sin embargo Bélgica está llena de sentimientos, románticos amores y violentos deseos, como todos los lugares donde hay seres humanos, y Gante, Brujas, Lieja o Bruselas son escenarios tan propicios a las grandes emociones como pueden serlo Roma, Sevilla o Estambul. 

La pasión belga

 

Hay algo además en ese país improbable, de identidad problemática, construido sobre un difícil equilibrio entre católicos y masones, flamencos y wallones, democristianos  y liberales, de diferencias en tensión. La condición de belga  me parece enternecedora, casi sobrenatural por lo que tiene de artificio y voluntariosa conciencia.

Bélgica nace como país en un siglo convulso para Europa, en la denominada revolución belga de 1830 contra el Reino Unido de Holanda, revolución que contó con el apoyo de las grandes potencias de la época y que obligó a los holandeses a abandonar lo que hoy denominamos Bélgica.

Bruselas era en aquella época un hervidero de refugiados, poetas, espías, libelistas, conspiradores de la Carbonería, activistas revolucionarios que se reclamaban del republicanismo  1789 al estilo Babeuf, exilados rusos huídos de la Orjana zarista…la creación del Estado belga supuso un factor de estabilidad en una zona sensible en pleno corazón de Europa. Desde entonces hasta hoy han pasado muchas cosas y Bruselas, capital administrativa de la Unión, verdadera Grande Place de Europa vive nuevos tiempos de incertidumbre e inestabilidad. 

Es posible que mi simpatía por Bélgica venga motivada por razones ajenas a la política como mi trato infantil con Tintin y el capitán Hadock, o la lectura de algunas de las mejores novelas de Simenon ambientadas en el “plat pays”, escenario de pasiones contenidas, de brumas, llanuras y canales; quizá sea por la música de Jacques Brel, acaso por mis frecuentes visitas a  las logias de la rue Laeken y la rue du Persil, o por las deliciosas jornadas de estudio en la Universidad Libre de Bruselas, quizá sea debido al simbolismo de Bruselas como capital de la Unión Europea, o simplemente al gusto compartido con los belgas por las patatas fritas y por la cerveza trapiste, triple fermentación. Pero lo cierto es que Bélgica me gusta, podría decirse que cultivo una pasión por lo complejo, contradictorio y ontológicamente inestable que se materializa tan magistralmente en ese país; y sobre todo me gustan los belgas, especialmente los wallones, porque tienen todas las ventajas de los franceses sin la pesadez de la “grandeur”.

He vivido con regocijo y sorpresa el movimiento unionista que ha surgido entre los jóvenes belgas –flamencos y wallones- a raíz de la penosa situación de falta de gobierno que viene padeciendo ese pequeño gran país. Ese movimiento no se ha pronunciado simplemente por la formación urgente de un gobierno sino que ha exigido además el mantenimiento de una Seguridad Social unitaria como solidaridad eficiente entre todos los belgas, y también un distrito electoral federal que permita que wallones y flamencos puedan votarse mutuamente y no como ahora verse encerrados en sus respectivas comunidades como si no compartieran nada entre ellos. 

La pasión belga

Miles de jóvenes como  Mick Resmann –universitario flamenco- que a través de las redes sociales se han manifestado el pasado 17 de febrero junto con muchos otros con lemas como "Escisión, no en nuestro nombre”, "Au nom de la frite, arrêtons de nous défriter". 

Mick Resmann, el día de la manifestación llevaba una pancarta al cuello con la leyenda :"Soy un mal flamenco » y declaró a los medios: "Los politicos nos obligan a escoger entre ser Flamenco o Belga, pero yo quiero ser las dos cosas”

Lo cierto es que la clase política belga ha jugado a la división sin ningún reparo durante décadas y las cosas se han complicado enormemente en un país que está sin embargo acostumbrado a los equilibrios; en 1993 se convirtió en un estado federal con tres regiones autónomas, pero al día de hoy la fórmula federativa no parece que ha resuelto los problemas porque falta la voluntad de unión de lo diferente sobre lo que se funda todo pacto federativo: Unum et pluribus.

Las posiciones separatistas flamencas propuestas por el  Vlaams Belang (antiguo Vlaams Blok), partido de extrema derecha, la conservadora Nieuw Vlaamse Alliantie (NVA, Nueva Alianza Flamenca), y el  SLP, partido de izquierda propugnan abiertamente el desmantelamiento más o menos gradual del Estado Belga a pesar de que al día de hoy la opción separatista no es mayoritaria entre la población flamenca, ni tampoco en el conjunto de Bélgica. Por el lado wallon existe el denominado movimiento “ratachiste” que propugna la adhesión de Wallonia a la República Francesa. 

¿Qué será de Bélgica?


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