Por Cristián Londoño Proaño
(Publicado en el blog del autor Cristián Londoño Proaño, Quito, el 14 de diciembre de 2014)
Uno de los rasgos más reveladores que caracterizó al escritor estadounidense Ray Bradbury fue su forma de abordar la escritura. Algo notable y muy diferente a muchos escritores.
Ray Bradbury nació el 22 de agosto de 1920 en Waukegan, Illinois. En su infancia en su pueblo natal le gustaba coleccionar historietas de Buck Rogers. De repente, un día decidió poner fin a su colección del héroe galáctico, quizás influenciado por su padre y sus maestros de escuela que le dijeron que abandonara esa actitud intrascendente. El botó su colección a la basura. Pero no fue el mismo. Pocos días después, su joven espíritu se llenó de mucha nostalgia. Añoraba su colección. No soportó más y, en una acción que cambiaría su vida, sin importarle lo que dijeran las personas, volvió con mayor determinación a coleccionar las historietas de Buck Rogers. En esa situación insignificante, el pequeño Bradbury había descubierto una actitud que más adelante le significaría descubrir su verdadera vocación. El pequeño Bradbury se dijo que en su vida sólo haría las cosas que le apasionaran y lo llenaran de alegría.
Unos años después, empezó a borronear sus primeros relatos y notó que cada vez que presionaba las teclas de su máquina de escribir le causaba placer y lo disfrutaba, que le gustaba imaginar nuevos mundos y escribirlos. La escritura le apasionaba y le volvía inmensamente feliz. Esta inmensa pasión hizo que sus manos no se despegaran de la máquina de escribir y produjo obras maestras de la ciencia ficción como Farenheit 451 o Crónicas Marcianas. En las propias palabras del autor norteamericano: «en mis viajes he aprendido que si dejo de escribir un solo día me pongo inquieto. Dos días y empiezo a temblar. Tres y hay sospechas de locura. Cuatro y bien podría ser un cerdo varado en un lodazal. Una hora de escritura es un tónico».
Bradbury solía contar que escribía para poner todo de sí, para disfrutar y gozar de su trabajo creativo. Gran diferencia con otros intelectuales que consideran que la escritura es una tarea cruel. En palabras de Bradbury: «Se supone que escribir es algo difícil, agónico, un espantoso ejercicio, una terrible ocupación». Para Bradbury, la escritura es un trabajo creativo que contiene mucha diversión. Y esto lo expuso en una artículo titulado «Day After Tomorrow», en The Nation, donde expuso su manera de abordar la escritura. En el artículo, Bradbury dice que la escritura es un hecho del disfrute, muy a tono de las escuelas antiguas griegas. Escribir no significa una evasión de los problemas cotidianos y de la realidad. Esta forma de enfrentar la escritura distinguió a Bradbury de muchos escritores e intelectuales de su época y acaso de muchos escritores contemporáneos que tienen laureles importantísimos. Una semana después de publicar su artículo, Bradbury recibió una carta de Italia de Bernard Berenson, uno de los mayores expertos de arte de su época. En dicha carta le dice respecto a su artículo: «Es la primera vez que leo en un artista de cualquier campo la declaración de que para trabajar creativamente hay que poner la carne y disfrutarlo como una diversión, como una fascinante aventura. ¡Qué diferencia con esos obreros de la industria pesada en que se han convertido los escritores profesionales!».
Como escritor, coincido plenamente en lo que Bradbury plantea sobre la escritura. El trabajo y el oficio de escribir es apasionarse por sus historias y sus mundos, porque en el principio de toda historia, los personajes y los mundos habitan en la mente de su creador, y la pasión y el disfrute es la materia prima que se transforma en energía de las historias.
La actitud de Bradbury se siente en sus novelas y relatos. Lo transmite al lector como una alquimia literaria.
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