Revista Política
Escrita está la crónica contemporánea donde la república le disputa el dominio a la corona, donde el derecho natural se vuelve argumento contra la revelación de la potencia, a los profetas, y la unción del soberano, vicario del padre sin fin. Parece apasionante este relato de la Europa, donde la burguesía legitima su presencia, contra el mayorazgo aristócrata sobre el suelo, desde la pureza de la sangre y la hermosura de la lengua. No hay aún un elogio para la letra y el libro. Desde las prensas de los viñeteros no se ha venido aún a los talleres de los tipógrafos. No se canta aún esta floresta de tinta donde la voz parece muda, más no muerta. Las bibliotecas asomarán con lentitud desde los monasterios bizantinos y ortodoxos y desde las tradiciones hebreas y árabes y chinas. Aún no se coleccionan los cantos arios del Himalaya y los secretos de los pueblos del Tibet y de Nepal. Tardará el día de la Biblioteca Nacional con la lucidez laica y secular, con el argumento razonado contra los fueros de los privilegios, contra las rentas de los obispos y el botín de los generales.
Estos elementos son de relieve para entender la crónica de la sociedad civil y el uso de la cámara de comercio. Cómo se constituye la norma que se acuña con fuerza general y universal para ser acatada por los asociados en esa fábula/ficción del Estado. No hay principios indisputables. De dónde el monopolio de las armas. De dónde el monopolio para acuñar moneda. De dónde la fuerza para recaudar tributos, sin oír la representación de los contribuyentes. De dónde el censo electoral limitado a los letrados de riqueza y renta. No hay democracia sin derecho para cada cual y para todos. No se trata del acceso a la cámara del consenso, donde se transan las distancias que enuncian los intereses, ese mundo plural más no múltiple. De dónde algunos vuelven un apoyo la condición múltiple de la persona y la propiedad, para argumentar contra ese instituto plural que es la república. De dónde resulta que lo general y universal de la ley posibilita la asimetría del contrato de compra y venta de la fuerza de trabajo por unidades de tiempo. De dónde. Algunos ingenieros hacen el elogio de esa máquina que es el reloj y de la unidad sexagesimal de los minutos y los segundos. Ese modo de hablar de la esfera que rueda y rota. De dónde el elogio del ingeniero por la metalistería que hace posible ese juego de piñones, sin adelantos y atrasos, para apostar por la hora precisa y perfecta. De dónde.
Desde los cuadernos y las cartillas se convida a los párvulos a respetar esa división del día: alborada, medio día, arrebol y media noche. Pero algo acontece con la inclinación de la esfera. No siempre la luz y la sombra cuenta con períodos semejantes y las estaciones alteran la razón de esos elementos. Los candelarios se colman de notas y glosas desde los solsticios y los equinoccios. No somos viñateros adivinando los vientos y los soles para guardar las cepas y las cosechas y no somos pescadores resguardados en las caletas en pos de los caladeros promisorios entre Islandia y Groelandia. El día rueda y rota, y nuestra humanidad se vuelve vieja, el vigor nos abandona y olvidamos la osadía de la juventud. No es elemental relatar las jornadas por la democracia desde la réplica contra los fueros. La casa de acuñación de la moneda y la escuela de guerra. De dónde las monedas y las armadas de las naciones. De dónde los pueblos uncidos a ese yugo donde otros deciden el destino de los pueblos. Esto no es elemental para el entendimiento plebeyo y proletario. No hay publicidad de pocas palabras para estos juegos donde los campesinos pierden sus labranzas y donde el éxodo hacia las ciudades culmina en el hacinamiento proletario. No hay tierra para los aparceros y los colonos. No hay talleres para los hombres del hogar y los hijos. El recaudo raspa los bienes y realiza el despojo. El reclutamiento arruina la paz de la familia. Por doquier asoman los edictos tributarios y militares. Por doquier los censos levantan el catastro del suelo y el inventario de la infancia. Se cuentan las superficies de los suelos y los racimos de los hijos en los hogares.
Tanta discreción en los diplomáticos para enredar la suerte de los modestos. Las obras civiles del riego y el drenaje. Las obras militares de los fuertes en la frontera. Por doquier se convida a la competencia entre los campesinos por los viñedos y las bodegas. Por doquier se ceban los pretextos para herir el honor de los linderos. Europa deja de ser fuente de fraternidad. El horror asoma desde el humo. Atrás quedan las guerras religiosas de los credos donde los obispos y los presbíteros discuten sobre principios morales para gobernar los usos y los hábitos. Otro sentido viene desde la bomba y la bala. El mundo mueve las murallas con la pólvora. No hay un Estado del entendimiento donde el legislador sea el soberano sereno desde el diálogo razonado. No existe ese congreso de la ciudadanía desde el sufragio universal y general. No existe en la gran Galia insular y tampoco en la Galia continental. Desde la orilla de la versión de la Roma de la república y del imperio se conjeturan ventajas para alinderar a los pueblos desde las naciones, desde las consideraciones sobre la etnia y la lengua, sobre los indicios de las remotas tradiciones bárbaras o gentiles. Aquella es la Europa vieja, ajena y extraña a la frontera romana de los lictores y los centuriones. Así asoma el derecho natural desde el agnosticismo y el empirismo. Otra Europa es posible contra el latín de los letrados y contra los levitas de los mártires en las catacumbas romanas. Algo duerme en esas versiones del hijo muerto en la cruz, en esa disputa entre romanos y hebreos.
Algunos guardianes de la tinta hablan desde las provincias unidas. No vienen con ecos de Carlos, el magno, y de Mahoma, el profeta. Otro diseño asoma para ese occidente breve, entre Fenicia, Cartago y Roma y también entre los navegantes del norte, entre Hamburgo, Hanover y Bremen. Tantas tintas para dibujar el árbol de las etnias y las lenguas, en esa vieja madre colmada de mitos y misterios. No hay una Europa legible desde el latín de los romanos o desde el latín de los cristianos. Otro mundo asoma desde las herejías, desde esa rebelión contra los claustros y las clausuras, contra los robustos fuertes de los árabes y los normados. Esa vieja Europa está colmada de castillos y caballeros y no hay sones para halagar a las bravas doncellas tan ariscas y áridas. No es tan surtida la crónica de la fuerza y la guerra como aquella otra menos publicitada de las bodas arduas sin celestinas y comadronas. Otro mundo está abajo y no asoma en los cantares y los romances. En las hojas de tinta asoman capillas y catedrales con sus alhajas, claustros y clausuras, y todo parece construido para loar la gloria del padre y la memoria del hijo. Pero, quién habla de la dolorosa.
Quién. Por los rumbos del romero se guarda silencio sobre el dolor de una doncella contrariada, amortaja en llanto, sin haber probado el aire de los azahares y la miel del panal. Otro mundo que no se guarda en los tinteros de los abates ni en los aceros de los alféreces.
No vengo a Leyden por las luces de Baruch. No. No visito al moro en Venecia. Que el mundo de la mano no viene de la mística mente de la luna y el lucero. No viene el verso o el lienzo de esa magia de la manufactura. Algo asoma y no se anuncia. Así es. Europa no es asamblea de pares en los estados generales o campo de combate de valerosos soldados que se miran a los ojos desde banderas encontradas de linderos opuestos. Algo no se nombra entre los pliegos de los fueros del ciudadano y del soberano. Algo larva el enfado y nubla el entendimiento. No hay otra noción para hablar del interés desde lo plural o lo múltiple. No hay un atajo para salir de la cruz sin ese pétalo de sangre. Si de gritar se trata, mejor guardar la paciencia dentro del corazón mudo. Si la doncella no ha de mirar el don, entonces que se marchite el relato necio de un espacio sin tiempo, y así, deje de ser el reloj un signo de la mente y del mundo. No abro la mano donde no hay pulso de corazón apasionado. No hay balcón que mire al horizonte. No hay doncella que espere por un don. Amor y no muerte. Que si vengo a la ventana, miro a mi señor venir por mí. No hay afán en el pie de mi paso, si la muerte nubla mi mirada y me quita el calor del corazón, al dejar quieto el cabalgar de mi sangre.
No hay derecho donde la democracia ahorca a las doncellas. No clamo por los huérfanos y las viudas de una guerra empujada por la locura. Clamo por las doncellas que aman la sangre de la vida y el calor del corazón. No viene esa pasión en vihuelas moras o en guitarras gitanas. No viene ese romancero desde Andalucía o Granada o Valencia o Málaga. Cantar de corazones más allá de las doncellas y las doñas. Casas de cal y ventanas de tabla cerradas. Alberca y aljibe.
Limonero y aceitunero. Y por el erial, la vid, desde el viento y el sol, imaginando la inmensidad. No hay coro para los caballeros que vienen por la cruz y el sepulcro. Que en tus ojos miro mucho más que nubes y olas, mucho más que el cielo y el océano. Que no hay otra doncella que en sueños venga de visita a mi almohada. De sereno que fui, he perdido el abandono y el olvido, y otra vez quiero volver por tu ventana. Loco de atar he de estar para mirar tu mirada, si en la sombra de la noche no hablas en mi sueño o si te oigo reír. De modo semejante se deja atrás esa vieja Europa de España y de Irlanda, esa vieja fraternidad de celtas y de íberos, y se omite el dolor de los pueblos, de las doncellas y de las doñas, el dolor de los huérfanos y de las viudas. Los campos sembrados de soldados muertos. En las crónicas, la pluma dibuja rebeldes y revolucionarios. Ellos fueron hombres de su hogar y de sus hijos. Jamás criminales. No vinieron a las manos por el placer de la puja y la promesa del botín.
Bien vale preguntar a los letrados del momento, qué esperan de este juego de nociones entre lo plural y lo múltiple. Qué. Parecen volar lejos. Pero guardan prudencia para tocar los temas de los plebeyos y los proletarios. Hablan de programas y de programar. Y omiten abordar la crónica del reloj. Algo mueve los punteros de la época y no es la invención de la innovación. Tanto letrado mudo frente a la revuelta de los labriegos en las aldeas y de los operarios ferroviarios en las estaciones de los trenes. Mucha especulación en las escuelas de los sabios y tanta discreta diplomacia frente a las denuncias de los atropellos y las demandas por la equidad y la solidaridad. Por doquier alegría por el muro destruido en Berlín y por la Alemania reconciliada con su pasado y su porvenir. Otro mundo asoma para esta otra Europa, nueva y moderna. Todo parece post industrial y post comunista. Sin aristas. Se sueña otra superficie para esa esfera que no guarda su frontera en Polonia o en la derrotada federación yugoeslava. Si la palabra no enuncia la presencia del pensamiento, entonces, dónde se refugia el hombre y qué le resta a la humanidad. Qué. Europa guarda silencio por las Coreas y por la Indochina y mira absorta los acontecimientos de Anam. Europa participa en los movimientos por Anatolia, Persia y Mesopotamia. No todo es breve en este relato de codicia cruel. No.
No hay otra América que se levante desde Brasil. No hay otro modo de mirar la libertad para los modestos que son atropellados en esos hacinamientos de las favelas. No hay otro Brasil que asome desde las escuelas y las universidades con esa versión portuguesa de la libertad, de la emancipación para el trabajo y de paz para los pueblos. No es saudade de un don dichoso por haber mirado los ojos que son aljibe y alberca, fuente de dicha y dignidad para quien extraviado era un extraño por las fondas. No hay esperanza elaborada con esfuerzo que reviente en plural provisión desde este verde oxígeno del marañón y las amazonas. No hay otra visita de Claude Levi/Strauss para anunciar la maravilla de nativas y negras. Entre pliegos de papel pujamos por el cordel del principio y de la promesa. Si desde Castilla, la república fue degollada en Granada y vencida sobre Madrid y Barcelona, entonces, qué nos queda de Pessoa y Saramago. Qué. Si no hemos de volver sobre el París de Villon y Aragon, cómo volver sobre la primavera de los claveles, desde Oporto hasta Lisboa. El mundo se abre desde ese juego de mano y mente, por donde el pie abre paso y no hay portal o pórtico. El hombre mira la nube y la ola y oye una doncella que canta fados y no es Madredeus. No es virgen dulce, sino flor amarga. No es huérfana y no es viuda. Es misterio de mito. Sabia, sin ser señora y sin ser doña. No es cartuja, ni es carmelita. Tampoco es niña, ni es vieja. Por la ronda del río anda sin afán, sin tejer mortaja y sin lavar ropa sucia. No va por las veredas con sal de llanto y no ríe con los mozos insolentes que la insultan. Que los letrados digan y revienten. Que la plebe y el proletariado juntan las manos y los brazos y no se pierden por lo plural de la palabra, ni por lo múltiple del pensamiento.
Por los puertos de los piratas, las banderas no son negras, ni los hermanos son criminales. Entre las velas, otro sueño despierta a la noche y no son barbacoas de botín. Que muchas vigilias hay entre letras y libros para anunciar otra arcadia donde el hombre que trabaja no lo haga por una pizca de sal y un tazón de caldo caliente para sus hijos hambrientos. No somos millones de jornaleros instruidos en los combates de los fenianos y los fabianos, tampoco somos los hermanos de los cartistas y las sufragistas, pero advertimos las semejanzas, y no atinamos en el reproche que puede ser repudio contra el bolchevique o el ácrata. Por los fueros de Aragón y Andalucía muchos soñaron con los consejos y la federación, y, por supuesto, todos marchamos por la paz entre los pueblos contra este crimen que es la guerra de los bancos y las bolsas. No hay otra divisa para el hombre hambriento que, de la bravata, no saca algo distinto a la fosa para su cadáver y no habrá hermano suyo para cavarla y prenderle una cruz y jurar pregonar la paz contra ese mal que es peste, esa codicia del monopolio, de esos caballeros, donde la moneda y el arsenal son el monopolio de su dictado, no disputable.
Dionisio Varela