El prestigioso docente de nuestra escuela, ex-presidente del Colegio de Arquitectos filial Concepción, y columnista permanente en medios de circulación regional, Arquitecto Gino Schiappacasse, nos hace llegar el siguiente artículo, que nuestro medio se honra de publicar en exclusiva:
La Pasión por una Ciudad
La pasión que despierta una ciudad, retratada muchas veces en la música, cine, literatura y poesía, artes plásticas y arquitectura desde diferentes puntos de vista por muchos creadores siempre evoca una problemática única, propia de su mística y espíritu identitario. Tema y drama de las obsesiones universales, que desde la subjetividad del ojo creativo encierran ilusión, cautivación, enamoramiento o desencanto. Las ciudades nunca dejan frío.
Estas, al ser vividas y recorridas establecen relaciones emocionales -aun inconcientes- que alimentan pasiones desatadas, aunque no queramos reconocer. Como si amaramos a alguien. Cito a Pedro Gandolfo : “a las ciudades no las amamos por que son bellas, sino que son bellas porque las amamos”.
Trance inevitable que puede entrañar incluso tibieza o indiferencia, es el contexto urbano que, colándose en nuestras existencias, puede encubrir desde un desamor, un desencanto, hasta una obsesión y un enamoramiento ciego. Las verdaderas pasiones son desbordantes y declaradas.
La pasión que podemos sentir por una ciudad, como cualquier vínculo significativo puede ser de amor y/u odio, y aunque, el ámbito espacial-arquitectónico-paisajístico puede influir poderosamente en ese sentimiento, son nuestras propias emociones las que la alimentan, si nos hemos entregado en cuerpo y alma. Si tenemos recelo, neurosis, rechazo, atracción, adicción o afecto, la cosa parece ir por la apropiación, autoestima e intensidad con lo que nos sucede en la ciudad.
Lo significativo es lo que nos conmueve, y hace nuestra vida plena o plana. Como veamos la ciudad, en cierta forma es lo que nos sucede. La clave es como nos vemos a nosotros mismos, involucrados en ese lugar. Confrontar si tiene algún merecimiento para darnos, emigrar o sencillamente no salir de la casa.
En el cine, el Nueva York poético y elitista de Woddy Allen no es el mismo, al de Martin Scorcesse, lleno de violencia y arrebato, ni al de John Schlesinger, marginal y explotador, explicando la subjetividad autoral, pero también la riqueza de lecturas múltiples que tienen las ciudades.
Sin embargo, las ciudades como universos sensibles encarnan sentimientos muy nítidos. Son inconfundibles, la Roma Felliniana, el Paris de Traufautt, el Madrid de Almodóvar o el México D.F. de Gonzalez Iñárritu, en la cual estos maestros del cine parecen utilizar el pretexto del tema dramático, para declarar su amor a esas ciudades. Al final, conocemos esas ciudades mas, que si las hubiéramos visitado, por su caracterización. En todas ellas hay un espíritu, una mística que trasmiten una rica poética urbana.
Sin embargo, la poética urbana -la mirada que establece relación entre nuestro interior y la vida de la ciudad- para el penquista siempre esta en la punta de la lengua, pero, no la nombra. Se le hace cuesta arriba, reconocer algún sentimiento, definir las pasiones que le despierta su ciudad. Suelen caer en una relación indefinible y ambigua, tanto para los que nacieron aquí, como para los que han llegado para quedarse, aunque sea temporalmente. Aunque faltan muchas explicaciones para entender este fenómeno, aventuro una.
Muchas veces, el penquista, no tiene las pasiones de un bonaerense, un limeño o un carioca que reflejan en la mirada ese vinculo afectivo con su ciudad, porque no ha hecho conciente el proceso de vivir una ciudad, lo que significa de verdad ser habitante y ciudadano, fuera de su metro cuadrado. Una respuesta asertiva comporta tener cierta conciencia mística, un vinculo citadino declarado casi por escrito.
Así como la canción “La Chica de Ipanema” de Jobim, llena de belleza por una mujer, sintetiza de paso, el amor por Río de Janeiro -declarado incondicionalmente- al buscar en la música autoral penquista, la verdad es que no encuentro mas que desajuste, nihilismo, depresión y evasión, y sin embargo, no creo que Concepción este ahí.
Una relación cotidiana puede desgastar un vínculo, para hacernos perder lo ciego de un amor, pero no podemos ignorar, que una pasión siempre se traduce en una mística que puede expresarse en orgullo, chauvinismo, asentimiento como también autocrítica, desilusión o nostalgia. Hay un involucramiento claro de gratitud y significación reconocida.
A pesar de tanta globalidad, siempre tenemos una ciudad en el corazón que nos atrapa y nos conquista. La pasión urbana que incluye sentimientos encontrados como atracción, padecimiento, descontrol o nostalgia siempre nos doblega, aunque tengamos que mirar hacia otro lado, renegando en silencio, del lugar donde vivimos para no delatar nuestra abulia o expectativas no cumplidas.
Lo cierto, es que podemos ser feliz o desdichado en un lugar y no darnos cuenta. Desconocer como apropiarnos de una emoción vivida, un lugar, lo metido que tenemos el paisaje en nuestra memoria y la lluvia en la piel, puede significar que la ciudad no ha podido despertar los sentidos de nuestro corazón, o que, no lo hemos reconocido, simplemente. La tarea, en ese caso, sería ejercitar la poética urbana para amar la ciudad, aunque sea en silencio.
Gino Schiappacasse R.
Arquitecto