Revista Cine
Este blog es para escribir sobre cine y TV, pero me gusta el fútbol y quise escribir esto con motivo de la despedida del Pin.
Veinte años no es nada
La pelota cae sobre el área, una figura morena se eleva, más que todos los defensas, la golpea con la cabeza, directo al pie del número 15, quien sin pensarlo mete la pierna izquierda y anota un gol.
La jugada se repetiría durante años, la mayoría de veces fue el Pin quien la finalizó, otras fue Acevedo. El negrito terminó antes su carrera (con él fueron ingratos los del club), pero Plata fue persistente y consiguió jugar durante veinte años. Era imposible no renovarle contrato a un jugador que hacía una media de veinte goles por año; solo la edad conseguiría retirarlo, ni siquiera las lesiones, que las tuvo en cantidad, y en cada una siempre se pensaba: esta vez ya no regresará, pero el esfuerzo y la disciplina se imponían y ahí venía de nuevo, a reencontrarse con el balón, solo para mandarlo al fondo de la red.
Juan Carlos Plata creció en la zona 6, y ahí lo descubrieron. Quién sabe qué hubiera pasado si en lugar de en un campo de tierra de ciudad Guatemala, lo hubieran descubierto en alguna cancha de Argentina, por ejemplo. Aquello fue en 1988, dos años después debutaría en liga nacional.
Un espacio de poco más de siete metros de ancho y casi dos metros y medio de alto, en el que se debe meter una pelota de unos setenta centímetros de diámetro, se antoja fácil de vencer, aunque lo cuide el más ágil de todos los porteros; sin embargo, meter un gol es de los lances más difíciles que existen en el deporte, en cualquier deporte. En el fútbol son pocos los jugadores que lo hacen en forma consistente, por eso los clubes se esfuerzan en conseguirlos, aunque ello signifique pagar precios elevados. En veinte años, Plata metió cuatrocientos once.
En su carrera ganó todo con Municipal, sus logros lo colocan entre lo mejor que haya surgido en este país. En un fútbol que colecciona fracasos el Pin siempre fue un triunfador.
Algunos pocos tratan de disminuir su figura, diciendo que nunca jugó en el extranjero, que no fue capaz de llevar a la azul y blanco al mundial; pero ¿quién puede conseguir tal proeza? Tendrían que haber al menos once tan profesionales como él para lograrlo.
Cuatrocientos goles son muchos, pero una buena cantidad de ellos siempre serán recordados por el aficionado. Quién puede olvidar aquel cabezazo certero, cuando el tiempo terminaba, y se jugaba contra el mismísimo equipo de Brasil; o la zambullida a ras de césped, casi raspando la nariz, para levantar un balón que llegaba al área y clavarlo en donde el portero jamás la esperaba, un gol imposible.
Los metió de todas formas, punteando en el área, empalmándola desde afuera, de derecha, de izquierda, de cabeza, de taquito, de chilena, de media volea, de tiro libre; incluso de penal, a pesar de haber fallado algunos; era estar en el campo y mandarla a guardar.
La afición roja lo convirtió en su máximo ícono, merecido agradecimiento para quien fue el gran artífice de la mejor época de Municipal, pentacampeonato incluido.
Empezó a los diecinueve y terminó pocos días antes de cumplir cuarenta, la suerte no quiso que se retirara siendo tricampeón; metió el penal que mantenía con vida a su equipo, hasta en el último partido oficial hizo gol, pero el título fue a parar a manos de los cremas”.
La vida es corta, es innegable, aunque se vivan ochenta, noventa o cien años, nunca será suficiente; más si se considera que después de los cuarenta todo ser humano empieza la cuenta regresiva, y el cuerpo no responde igual. Para un futbolista la vida en las canchas es aún es más corta, son pocos quienes alcanzan a jugar diez años a buen nivel, el Pin lo hizo durante veinte.