El subtítulo de Boyhood es “momentos de una vida”. Pues bien, en un momento de la película Ethan Hawke va en su coche con sus dos hijos (a los que sólo ve cada 15 días) y les pregunta que tal les ha ido la semana. Los hijos le contestan con desgana y con pocas palabras. Los niños se ven forzados a responder a las típicas preguntas sobre el colegio, los amigos, etc. Como apenas dan detalle, es el propio padre el que se responde así mismo de la forma que le hubiera gustado que le contestaran. Enseguida el pequeño Mason responde: “¿Y a ti que tal te ha ido la semana?”
Ethan Hawke exclama:
“Ya lo entiendo. No funciona así. Estas conversaciones tienen que salir solas. Con naturalidad”
Pues eso es Boyhood. Naturalidad. La naturalidad de la que Linklater siempre hace gala con su cine y que ha pulido en esta historia hasta rozar la perfección. Boyhood es la vida de una familia durante 12 años. Su vida, y la nuestra. Es absolutamente imposible no extrapolar sus personajes y sus vivencias a las nuestras. Verás a tu madre, a tu padre, a tu hermano, a tu hermana, a esa chica que te rompió el corazón, y lo que es mejor, en pocos minutos serás un miembro de esa familia y volverás a vivir esos instantes de los que se compone la vida, como pueden ser una simple mudanza, tu primer amor, los escarceos con el alcohol y las drogas o la entrada a la universidad.
Momentos captados con el maravilloso sello de su director. Y no es otro que la sencillez. Boyhood es 100% zumo de vida exprimido. Sin colorantes, conservantes, ni ningún tipo de acidulante. El cine de Linklater no te deleita con travellings, planos contrapicados o una puesta en escena a lo grande. El hace lo más difícil, emocionar con los pequeños detalles. La magia de los momentos cotidianos te cautiva y tu vista no se despega de la pantalla. Tiene un don para escribir unos diálogos ingeniosos y muy, muy reflexivos. Es casi un filósofo que se cuestiona aspectos de la vida que pueden parece irrelevantes pero que tienen una profundo significado humano. Un par de diálogos sirven como ejemplo:
- ¿Has escuchado alguna vez la expresión “atrapa el momento”.
- Sí.
- Pues yo pienso que es justo al revés. Que el momento te atrapa.
- Es verdad. Es como si el “siempre” fuera ahora.
Y el segundo es algo así:
- ¿De que va todo esto?
- ¿A que te refieres?
- A todo. A la vida.
- No sé, no sé de que va. Todos hacemos lo mismo, improvisamos. Sólo se que cuando uno se hace duro, deja de sentir.
Puede parecer unos diálogos anodinos, pero si nos fijamos en el contexto en el que se producen, en el significado que tiene esas palabras para la vida del joven, son unas palabras profundamente humanas. Y para contrastar, tiene otras situaciones más corrientes –no por ello menos ingeniosas- que hacen reir y otras que por su franqueza y crudeza ponen un nudo en la garganta. Había que enseñar el lado oscuro de la vida y lo hace con mucho tacto. Y es que como bien le dice Mason a Mason Jr jugando a los bolos: “En la vida no hay barreras”.
De las actuaciones no es necesario hablar. Ya les he dicho que en Boyhood no hay aditivos. No hay actores, no hay personajes, hay personas. La confianza entre ellos traspasa la pantalla. Todo discurre de manera espontánea. Y en ese aspecto me quedo con Patricia Arquette. En Amor a quemarropa me enamoró, pero aquí he visto a una madre de pura raza. Actuaciones así, no se olvidan.
Otro gran acierto es la síntesis de la película. La elipsis temporal de año en año está muy trabajada con simples detalles como el avance de los videojuegos o la llegada de Obama. Digamos que los cortes que se producen en el montaje se notan claramente, sin embargo, su fluidez narrativa es tan arrolladora que la película te hipnotiza y te dejas llevar hasta el fantástico y abierto desenlace. Como a mí me gustan.
“La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes.”
Boyhood me ha enamorado. Sospecho que a Lennon le habría pasado lo mismo.