Revista Educación

La pena de la soledad ajena

Por Siempreenmedio @Siempreblog
La pena de la soledad ajena

Es lo que peor llevo. Acabo de ver un vídeo en el que unas enfermeras llevan una madalena con una vela porque es el cumpleaños del paciente. El hombre, con una sonrisa bañada en lágrimas, se abraza a sí mismo, con su bata de hospital, levanta la mirada y sopla la vela. Parece un niño. Tan frágil.

No pueden abrazarle. La impotencia es inmensa. El gesto, maravilloso. La calidad humana, gigante. Pero la sensación de soledad me abruma. La soledad física. La distancia obligada. Y pienso en las miles de personas que se han ido sin una mano que las aferre. En las y los sanitarios que han visto cómo se iban, solos. Aterrorizados. Cansados. Dejándose ir.

Era lo que más miedo me daba. Lo que más miedo me da. Lo que siempre me ha aterrado: morir sola. Es, en esencia, un trance que todos habremos de pasar. Pero la ausencia de ese alguien que te agarre la mano cuando hay certidumbre del final, eso, es lo que llevo peor.

Y saber que hay gente pasando por ese trance, familiares sintiendo que no han podido despedirse... Hay un silencio abrumador, y no por desconocimiento. Es respeto.

Desde aquí. Desde el silencio consciente. Afortunadamente, acompañada. Sabiendo que el peligro es una amenaza silente, pero que esto pasará. Sabiendo que volverá a salir el sol, que saldremos a abrazarnos y la vida seguirá su curso, como hace siempre. Sabiendo que la humanidad ha pasado ya por muchas de estas, que esto no es nuevo. Sabiendo que volverán las sonrisas y que el señor del vídeo volverá a sonreír sin llorar. Sabiendo todo eso, no voy a poder quitarme de encima la pena de la soledad ajena.

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Imagen: Una enfermera descansa en un pasillo cerca de pacientes infectados por el coronavirus, EFE; del reportaje " Diario de una enfermera en tiempos del coronavirus ", por Nieves Salinas.


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