La península de las casas vacíasDavid UclésSiruelaRústica / digital | 700 páginas | 26€ / 10,99€
Quince años (aunque no seguidos). 25.000 kilómetros recorridos. Reescritura, reescritura y más reescritura. Dice David Uclés que la novela —La península de las casas vacías— empieza con su abuelo materno, en torno a 2009, cuando sintió la necesidad de anotar las historias sobre la Guerra Civil y sobre su pueblo (Quesada) jienense que le contaba, para que no se perdieran en el limbo de la Historia cuando él muriera. Seguro que piensas que (ya) hay muchas novelas sobre la Guerra Civil. Te aseguro, desde ya, que ninguna como esta. La península de las casas vacías es una única ficción que cuenta toda la guerra, en toda la península, desde la perspectiva de una única familia.
Sin embargo, no todo es tan real como parece (¿o sí?). El realismo mágico invade, sumerge y vive en toda La península de las casas vacías. En toda Iberia. Da color, desmonta las imágenes y las devuelve al lector con otra forma, una colorida, brillante y llamativa. Una visión reimaginada que parece tan real como la vida misma. Dice David —también— que estuvo en todos los lugares que visitan los personajes, y que eso, dio una pátina de realismo y detallismo que de otra forma no estaría presente en la novela. Lo subrayo. Se nota. Así, La península de las casas vacías es una propuesta que entremezcla realidad, ficción y lo mágico para narrar la guerra civil española. Pero también, es muchas más cosas.
La generación Ardolento (o Arlodento)
He aquí, en este volumen de más de setecientas páginas, la vida (y muerte) de la familia Ardolento entre 1936 y 1939 en una (re)imaginada Iberia. Los Ardolento (o Arlodento, depende de a quién preguntes), son una numerosa familia que viven en un pueblo jienense llamado Jándula —trasunto de Quesada— que están a punto de verse envueltos en una masacre. La misma que toda Iberia. Lo dice su propio narrador a poco de comenzar, en el mismo prólogo: He aquí pues la historia de la descomposición total de una familia, de la deshumanización de un pueblo, de la desintegración de un territorio y de una península de casas vacías. En menos de tres años, el tiempo que dura el conflicto armado (y que recorre la novela), la cuarentena de componentes de la familia Ardolento va a morir. Sin embargo, en el medio, miles de historias deben ser contadas y escuchadas por nosotros.
Así, La península de las casas vacías, aprovecha su profecía y forma coral —con centro en el patriarca, Odisto— para relatar la vida en el pueblo y las peripecias de los diferentes miembros de la familia por la península mientras la Guerra Civil se acercaba a sus casas. Es un viaje por una Iberia agonizante, repleta de héroes anónimos, de masacres y belleza, donde lo épico y lo costumbrista se dan la mano con lo mágico para hilar un tapiz imposible (pero real) delante de nuestros propios ojos. No hay tregua para los Ardolento, no hay tregua para Odisto y su familia. Ellos serán nuestro vehículo, alternado entre episodios históricos, citas y discursos de políticos, militares y escritores, o partes de guerra que se intercalan con el horror de una familia, de una desgracia, aderezada por el colorido del realismo mágico.
Cuadro familiar de los Ardolento
El narrador es libre (o Dios)
El narrador rompe todas las paredes. Habla contigo. Para ti. Te cuenta cosas, con libertad, pero teniendo en cuenta que estamos detrás (encima o donde quieras) del libro. Mirando. Leyendo. Es un libro escrito para el lector. La novela destierra la idea de que el realismo aplicado a ciertos temas, como la Guerra Civil, no puede ser mágico. David mezcla ficción y realidad sin ataduras. La Historia —con H mayúscula— primero la cuentan siempre los vencedores, luego otros, y después, tras un tiempo, es cuando en la distancia podemos ver las dos caras de una misma moneda. David, como servidor, es de la generación de bisnietos de la guerra. Los del 90. No la tenemos (o teníamos) tan presente. En los libros de texto la hemos dado rápido y corriendo. Y la mayoría de quien la podría contar, esta herido y silenciado por el trauma. Así las cosas, David lo cuenta jugando, con el espacio y el tiempo, desde la distancia, desparramando a sus personajes por la Península para que cada uno, desde su punto de vista, narré cómo se vivió la batalla de forma diferente en cada lugar.
Durante toda la desmesurada novela un narrador entrometido —un tal D. U., o Dios— nos explica cosas, a veces obvias, otras no tanto. También, plantea imágenes. La península de las casas vacías está repleta de imágenes, muy cinematográficas, en la que nos invade la retina, los detalles, de una riqueza única, lírica y rural, jugando, también de alguna forma con el tiempo. El vocabulario que nos lleva hacia atrás, los guiños —a veces proféticos, a veces desenfadados— que ofrecen al lector algo diferente, como la Niebla de Miguel de Unamuno nos daba. Incluso, en este caso, hasta música. Sin memoria no hay futuro, decía Almudena Grandes. Aquí, David Uclés, genera una fuerte, que graba imágenes potentes y cinematográficas en la mente del lector mientras lo lleva de viaje por la guerra y algunos de sus protagonistas. Por qué aquí se aboga por contar todo. No hay un bando bueno, ni mejor. Los dos hicieron cosas horribles. Sin embargo, este narrador (o Dios) de la historia, sabe que —y nos muestra— a nivel amplio y microscópico las cosas fueron diferentes. No es lo mismo la Guerra Civil en Madrid, que en un pueblecito de Jaén, por ejemplo. Y eso, para mí, es la grandeza de La península de las casas vacías: el conflicto no es igual en todas partes, pero la memoria, la histórica, se construye con las voces de muchos, no con la de uno solo.
Mapa de la Iberia de David Úcles
La Macondo Íbera de David Uclés
Ya desde el principio, o desde la primera vez que escuche al propio David Uclés hablar del libro, decía que su objetivo era escribir una Macondo Íbera con las costumbres y los parentescos de su familia. Para ello construye Jándula, un trasunto de su pueblo de origen, y literaturiza los eventos y viajes de sus personajes para expandir su Iberia (o la de Saramago) en un recuento riguroso de los hechos. Lo que empezó como un intento de salvar la memoria familiar, se expandió a una especie de memoria nacional, impregnada por su característico realismo mágico (generaciones familiares, naturaleza manifestada,…) que suaviza el viaje de esta catástrofe nacional. Esta Macondo Íbera está plagada de héroes anónimos, de perdedores inocentes, de gente honesta y llana, que vivieron la desintegración y fragmentación de un país, donde como dice la propia novela, entre hermanos se mataban.
En este viaje por Iberia, codificado por el realismo mágico, nos encontramos con mucho simbolismo y potenciación de la naturaleza. El narrador, que mete mano en todo sin miedo a molestar, va implantando desde el principio en nosotros una semilla mágica, que brota con el paso de las páginas, y como para los propios habitantes de Jándula, resulta (casi) natural. El parón (oficial) del tiempo por un temporal interminable, estatuas que giran su cara para evitar ver el conflicto, acelgas que avisan de la llegada de la guerra, lluvias de garbanzos y muchas, pero que muchas más situaciones (hasta una conversación con el cerillita), momentos y detalles que colaboran en hacer del viaje algo menos crudo y algo (mucho) más bello. Las cuatro partes en que se divide la novela nos llevan desde la belleza costumbrista de la vida rural hasta el desarrollo y el fin de una guerra que dejó miles (pero miles) de muertes. Algunas, como en la novela, simbólicas. Otras, como también cuenta la novela, olvidadas. Y, sobre ellas, la Historia que se contó.
Historia(s) de vidas y muertes, de episodios que llevamos en nuestro ADN —aunque no lo hayamos vivido, ni lo sepamos— y que nuestra sociedad, en su mayoría, traslada a otros en absoluto silencio, como un miembro incrustado, como una carga pesada, como un hecho olvidado. Sin embargo, aquí, el lector, puede descubrir la historia de su historia, el camino que recorrió esta tierra que pisa cada día, colmada en sangre y cuerpos, que (sobre)vivió para que nosotros permanecieramos. Este es un libro repleto de testimonios, camuflados como novela, pero también un modo de acercarse a uno de los episodios bélicos más destructivos y complejos que cambiaron Iberia (o nuestra España) para siempre. Es, La península de las casas vacías, una novela monumental, inmensa, casi total, honesta, arriesgada, y en parte, como dice el propio David, antropológica. Tengo pruebas, y muy pocas dudas, de que La península de las casas vacías estará entre mis MEJORES lecturas en este 2024. Ojalá también lo este en las vuestras.
Otros enlaces de interés:Marta Marne en El PeriódicoUn país para leerlo