Revista Cultura y Ocio
Se llamaba Sara Torres y uno de los anagramas posibles con su nombre (odiaría que este juego pareciese burlón: nada más lejos) es el imperativo “Soterrarás”. Su marido se llama Fernando Savater y, con este libro, lo que pretende es justo lo contrario de lo que insinúa el verbo terrible: impedir que el recuerdo de su esposa fallecida quede sepultado, soterrado por la erosión de la amnesia o por la crueldad implacable del olvido. “Pelo Cohete”, como la llamaban los íntimos por la estética casi punki de su juventud, fue la compañera del filósofo durante treinta y cinco años; y falleció de un glioblastoma cerebral el 18 de marzo de 2015, después de una intervención quirúrgica en Estados Unidos y nueve meses de sufrimiento constante. Estuvo junto a él en sus viajes, en su lucha contra las amenazas de ETA, en su trabajo universitario, en su pasión cinéfila, en la creación de Basta Ya, en su entusiasmo por la hípica… Ahora, cuando ya no está, Savater nos habla con abatimiento oceánico de que se siente golpeado por “el silencio total de la desesperanza” y certifica que se considera “expulsado del paraíso”. Ya no están su compañía, su sonrisa, su inteligencia, su complicidad, su apoyo, sus peleas, sus rarezas, su entusiasmo, su misterio. Ya no está Pelo Cohete. Y por tanto no habrá más libros que escribir, ni más alegrías que disfrutar, ni más entusiasmos por los que dejarse encender.El filósofo, irremediablemente, se instala en el “dolor, última forma de amar” (como escribió Pedro Salinas en uno de sus versos más clarividentes) y nos desgrana los mil pormenores de aquella vida común que la muerte ha clausurado. Y lo hace porque no cree en el duelo, ese invento freudiano que consiste en aprender a vivir sin la otra persona. Fernando no quiere hacerlo, de ninguna manera. Se le antoja una traición imposible a la que no está dispuesto a sujetarse. Han pasado desde aquel día cuatro años (nos dice) y la laceración sigue siendo la misma, e idéntico el llanto, e igual el inabarcable dolor. No hay consuelo. No hay olvido. No hay conformidad. De ahí que nos encontremos con un libro hecho de puro desgarro, que conmociona leer y que deja marcado el corazón de la persona que lo hace. Y del conmovedor poema con el que se despidió de su mujer y que cierra el volumen mejor no les digo nada: disfrútenlo (súfranlo) ustedes.Bellísimo y desolador libro-llaga.