Me está pasando con relativa frecuencia. Muchos altos directivos, gente que eran “dioses” en sus organizaciones, han sido defenestrados o literalmente puestos en la calle, con más o menos delicadeza.
Y te los encuentras. Y te tomas un café con ellos. ¡Y son magníficas personas!
Personas que en sus despachos usaban de la prepotencia, el divismo, incluso de la impertinencia y hasta la mala educación, ahora que han perdido el poder se han vuelto “normales”. Y tenían un fondo tras ellos que superaba, con mucho, sus fachadas. Y además son personas interesantes…han vivido múltiples experiencias, han manejado asuntos, tomado decisiones importantes. Hay en ellos contenido. Y los palos recibidos, si han sabido digerirlos, les han proporcionado visión y fondo.
Y me empiezo a preguntar, ¿Será el poder un tóxico para el alma? Eso de que tu hables y los demás te escuchen y coincidan contigo, que propongas y se realice, que condenes y otros maten por ti, debe terminar convirtiéndose en una droga que destruye parte de tu condición humana.
No tener ningún poder, ser un “don nadie”, sabemos que acaba con una persona. Ser un “alguien”, también y quizás más, porque tienes la posibilidad de volverte lesivo para los demás.
Y al final sólo saco una conclusión ¿No sería magnífico poder “repescarlos” ahora que han aprendido? ¿No serían los mejores coach para los directiv@s que todavía mantienen el poder?