Llegamos de noche y sólo tuvimos una fugaz panorámica de la ciudad iluminada con la intención de dedicarle unas horas al día siguiente. También aquí mi memoria me traicionaba. Recordaba una ciudad sin demasiado atractivo aunque, para ser sincera, las pocas imágenes que me venían a la mente eran los locales y discotecas de la Plaza Gomila.
Y estaba muy equivocada. A primera vista quizás dé la impresión de una ciudad más pequeña pero Palma, donde viven prácticamente la mitad de los pobladores de la isla, ofrece muchas posibilidades, creando una armónica combinación de historia y modernidad, con el Mediterráneo de fondo siempre presente.
Palma de Mallorca fue fundada hacia el año 123 a.C. por el cónsul romano Quinto Cecilio Metelo, con el nombre de Palmaria. Su estratégica posición en el Mediterráneo occidental la convirtieron en una pieza muy codiciada por todos los pueblos y civilizaciones, desde los fenicios, griegos, cartagineses, romanos, vándalos, bizantinos, árabes y judíos. Después de un amplio período de dominación bizantina, las tropas del emirato de Córdoba lideraron la conquista árabe de la isla hacia el 903. Los musulmanes llamaron a la ciudad Medina Mayurka y aunque todos los pueblos dejaron huellas en su registro arqueológico y cultural, fue el musulmán el que tras más de 300 años dejó la huella más profunda, especialmente en lo que se refiere a las técnicas agrícolas.
En 1229, Jaume I de Aragón y su flota financiada por la nobleza, salieron desde las playas de Salou a la conquista de Mallorca. Reinaba entonces Abu Yahya que pronto cayó rendido ante la gran agresividad de los ataques empezando rápidamente la cristianización de la ciudad. En esa época comienza la construcción de la catedral además de otras iglesias, palacios y casas señoriales. Para prevenir el ataque de los piratas se edifican también atalayas y torres de vigilancia.
La primera impresión sobre Palma no podía ser mejor. No me imaginaba una ciudad tan señorial y bien cuidada y empezar la visita por el Paseo Marítimo es un buen principio teniendo en cuenta que es una ciudad de pequeñas dimensiones ideal para callejear. Aquí se levantan dos imponentes edificios que recuerdan el pasado de la ciudad como importante puerto de mar. El primero es el Consolat de Mar, uno de los pocos edificios renacentistas de la ciudad. Se fundó en 1326 como tribunal marítimo y se acabó en 1669. En la actualidad se encuentra la sede de la presidencia del Gobierno Autonómico de las Islas Baleares. Al lado encontramos Sa Llotja, otro de los edificios emblemáticos de Palma. Está en restauración y sólo podemos intuir unos magníficos ventanales góticos detrás de los andamios. Lo que fuera la bolsa de los mercaderes es actualmente una sala que acoge exposiciones temporales.

Visitamos el Palacio de la Almudaina, castillo real edificado después de la conquista catalana del siglo XIII sobre el antiguo alcázar musulmán aunque sus orígenes sean unos asentamientos megalíticos. Durante los siglos XIII y XIV fue residencia de los reyes de Mallorca aunque, debido a su privilegiada situación siempre ha sido sede del poder político de la isla por su dominio sobre la bahía y la ciudad. Destacan la Sala Mayor o Tinell y la Capilla de Santa Ana que, a pesar de ser gótica tiene un pórtico muy excepcional de románico tardío mallorquín en mármol blanco y rosa.



















Continuando por la calle del Palau Reial y anexo al Ayuntamiento nos encontramos con otro importante edificio: el Consejo Insular. Tampoco podemos ir más allá del vestíbulo donde tras un pequeño mostrador se recogen firmas para dar soporte a la candidatura de la Serra de Tramuntana para entrar a formar parte de la lista de Patrimonio de la UNESCO.
Nos detenemos en el cruce del misma calle Palau Reial con calle Victoria. Nada, ninguna señal hace pensar que aquí se levantaba la Porta dels jueus (Puerta de los judíos) que daba entrada al Call Major (Judería Mayor). Muy cerca de aquí se encuentran las calles del Call y del Monti-Sion, que habrían sido el centro de esta gran judería.
De aquí seguimos hacia las animadas calles peatonales de Santo Domingo y Jaume II donde hacemos una merecida parada para comer.




Tampoco nos queremos perder la Basílica de Sant Francesc. El convento funciona como escuela religiosa y cuando aterrizamos por allí, sobre las cinco, es la hora de salida de las aulas. Cobran 1€ para poder visitar el claustro y la basílica pero merece realmente la pena. Como en otras ocasiones ya he manifestado, siento una auténtica devoción por los claustros. Me transmiten una serenidad que pocos lugares consiguen y el claustro de Sant Francesc no podía ser de otra manera. Sólo rompen el silencio un grupo de tres o cuatro alumnas rezagadas que no tienen prisa en abandonar el colegio. Al cabo de pocos minutos nos quedamos solos disfrutando de esta maravilla de claustro gótico. También estamos completamente solos en la iglesia que a pesar de tener poca luz se ve muy rica en decoración, especialmente el altar barroco. En un altar lateral está el sepulcro del mallorquín más famoso de todos los tiempos: El filósofo, poeta y teólogo Ramon Llull.





A las 7 volvemos de nuevo a la Catedral para asistir al concierto del Coro Real de Copenhague. Una manera diferente de admirar, sin prisas, el genial templo bajo las armoniosas voces de un coro.