La persecución franquista a la Orden Masónica (1940). Documento 1ª parte
Adjuntamos esta plancha leída en Tenida ordinaria por el H.·. José Méndez Sastre desde México. Se refiere al dictamen de la Ley persecutoria contra la Masonería española de 1940.Notable documento de la época reproducido en 1950 por la revista Verbum, editada por el Gran Oriente Federal Argentino (G.·. O.·. F.·. A.·.), Obediencia adogmática y liberal argentina en la cual encontraron cobijo los exiliados republicanos y masones españoles perseguidos.
Dice la redacción de Verbum:
"Este interesante trabajo que publicamos a continuación fue escrito en 1940, cuando se promulgó la disposición principal del tirano Franco contra la Masonería Española.
No obstante el tiempo transcurrido no ha perdido actualidad, sino que, por el contrario, la mantiene. Las noticias que se reciben de España acusan un cruel recrudecimiento de las persecuciones de nuestros hermanos que viven bajo la férula del odiado franquismo".
Mauricio J. Campos.·.
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"Parece ser que, allende los mares, en lo que antaño fuera España -hoy colonia italogermana- un grupo de forajidos a quienes algunos hombres, y hasta muchos pueblos, no se recatan en llamar "Gobierno", sin que por ello el rubor se asome a sus mejillas, en uso de unas facultades de que carece, acaba de hacer público, con fecha 1º de marzo último, un escrito por el cual tras una sarta de injurias y calumnias, se condena y se persigue la encarnación de los más puros sentimientos de dignidad y de libertad humanas que ni los siglos, ni las prisiones, ni las más agresivas armas que contra ella tantas veces se esgrimieran, pudieron jamás abatir: la Masonería.Y es con este motivo que, en la Tenida ordinaria que en este Templo celebramos el pasado día 16 de los corrientes, nos fue conferido a otro querido hermano y a mí la misión de redactar y traer a vuestra consideración un ligero comentario sobre el citado escrito que, también algunos, han dado en llamar "ley".
Y he aquí la expresión de nuestro trabajo:
Ante todo, hemos de descartar el substantivo "ley", pues que no hay tal. Yo, al menos, no la he hallado por parte alguna.
Toda "Ley", esto es, toda ordenación jurídica con pretensiones de "Ley" requiere la concurrencia en sí de determinados requisitos de que esta ordenación, desordenada, adolece.
Ni aun siendo, como son, sus autores fieles servidores y seguidores de la Iglesia Católica, tuvieron en cuenta en la redacción de su obra ni una sola de las cualidades que, padres de esa misma iglesia, tan preclaros en su tiempo, y tan estimados de siempre por su hija, como San Isidoro de Sevilla y Santo Tomás de Aquino formularon como indispensable de toda "Ley": "Honestidad, posibilidad, conformidad con la naturaleza y la costumbre, conveniencia con el lugar y con el tiempo, necesidad, utilidad, claridad y propósito de favorecer al interés común, y sobre todo -añade San Isidoro- acuerdo entre los grandes en linaje y la plebe". Y es Santo Tomás el que seis siglos más tarde, definiendo la ley positiva, nos habla de "Ordinatio rationis ad bonum commune", esto es, que la ley es "Una ordenación, conforme a razón dictada para el bien de la comunidad".
Vemos, pues, sin adentrarnos, pero ni aún ni para rozar siquiera, en los senderos de los más elementales principios del Derecho, esa ordenación que comentamos no tiene el más mínimo punto de contacto ni aún con los principios de la filosofía jurídica cristiana , pues que ni es conforme a razón, ni es honesta, ni está acorde con la naturaleza y la costumbre, ni es con propósito de favorecer al interés común y, mucho menos, ha sido formulada mediando acuerdo "entre los grandes en linaje y la plebe", sino precisamente, con gran desacuerdo entre esta y aquéllos.
En el introito de estas disposiciones que nos ocupan, se dice textualmente:
"Acaso ningún factor entre los muchos que han contribuido, influyó tan perniciosamente en la misma y frustró con tanta frecuencia las saludables reacciones populares y el heroísmo de nuestras armas, como las sociedades secretas de todo orden y las fuerzas internacionales de índole clandestina. En las primeras, ocupa el puesto más principal, la Masonería..."
Y demostrando un desconocimiento supino de aquello mismo que pretende perseguir y castigar, termina este primer párrafo del preámbulo asociando en íntima relación y camaradería con el mundo masónico nada menos que a uno de los movimientos políticos contrarios a la Masonería, y, precisamente, el que más puntos de afinidad e identidad guarda con el fascismo representado por esos sesudos legisladores: el comunismo.
Y a este tenor de su dialéctica, "en la pérdida del imperio colonial español, en la cruenta guerra de la Independencia, en las guerras civiles que asolaron a España durante el pasado siglo y en las perturbaciones que aceleraron la caída de la monarquía y minaron la capa de la dictadura, así como en los numerosos crímenes de Estado", en todo esto, dice el preámbulo, "se descubrió siempre la acción de la masonería".
Ciertamente, decimos nosotros, no cabe más grande temor a la Masonería ni mayor impostura ni desenfado al escribir.
¡Bien seguros están de sus crímenes!... Y de ahí, el temor, que no disimulan, a tener que comparecer, en su día, ante cualquiera de sus acusados de hoy -acusados por sus calumnias- a responder, acaso con su vida, entonces, y con cien vidas que tuvieran, de tanta sangre inocente como han derramado y que ya les va llegando al cuello y oprime su garganta, ya que no a su conciencia, pues de ella carecen.
Porque no se les oculta, tampoco a los "probos legisladores" el positivo valor de las cívicas virtudes que representamos y la fuerza de nuestra Moral, traducida en fuerza ejecutiva cuando de combatir todo crimen de lesa humanidad se trata. Y es por eso, precisamente, por su condición de criminales, decimos, que quisieran eliminar de sobre la faz de la tierra a quienes, ellos saben, han sido y serán siempre sus más insobornables y severos jueces.
"Insobornables y severos..." - hemos dicho.
La Historia de todos los tiempos y de todos los pueblos está llena de nombres cuya simple enunciación ya denota, por sí sola, baldón e ignominia que nos hace asomar a los labios, resonantes, pero justas y merecidas adjetivaciones: Perjurio... deslealtad... traición...
El Mundo masónico, hombres, al fin, sus componentes, no podía escapar a los zarpazos de esta ley general de vida, que conmueve, o adormece, a veces, la conciencia de los humanos.
¿Cómo, pues, pretender que la masonería no haya tenido sus perjuros, sus deslealtades, sus traidores?... Ello sería tanto como considerarnos, colectivamente, elevados a un plano de perfección que rebasaría los límites, acaso harto limitados, pero insuperables en sí, de la condición humana.
No nos engañemos, Venerable Maestro y queridos hermanos: Hombres, al fin, hemos dicho, y nada más que hombres somos y a nada más debemos y podemos aspirar. Si, en cambio, deben encaminarse nuestras aspiraciones y todos nuestros esfuerzos a no descender nunca de esa cualidad de "Hombre".
Nos hallamos tan cerca del fango de la vida, que más fácil nos es pisar los umbrales del infierno, que los de la gloria. Más es posible la condenación, que la glorificación.
Por eso, no fueron los grandes maestros, ni siquiera los aventajados aprendices que trabajan en la obra magna de hacer saltar la luz de la piedra bruta sobre la cual la humanidad descansa, pero sí sobre unos perezosos obreros que un día, por creerles buenos y laboriosos, fueron acogidos en el seno de la Masonería, sí, decimos, hubieron de recaer sobre sus cabezas los dictados de "perjuro, desleal y traidor"...
La Masonería, pues, como institución social humana, ha tenido sus Iscariotes.
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Repetimos una vez más: "Hombres, al fin". Y en este caso concreto, "descalificados obreros".De ellos, y en tan mezquino número -mezquino, como la mezquindad de sus almas- que sus actos y sus personas quedan, más que anulados, como devorados por las grandes legiones de héroes con que la Masonería Universal cuenta en sus Cuadros de Honor, hubieron de figurar, algunos, en esos otros Cuadros de vergüenza y de ignominia, y del más refinado crimen, que llevaron a cabo el movimiento faccioso que en España se levantara contra legítimos poderes constituidos, y que, pasando de lo político a lo fratricida, a torrentes hicieron correr la sangre de millones de víctimas inocentes.
Yo no creo en milagros... Había, para ello, de creer en la existencia de quienes fuesen capaces de realizarlos. Y no puedo, tampoco, creer en semejantes fantasmas. Vivo muy alejado del reino de los sofismas.
Pero sí existe, en ocasiones, una como correlación, o relación recíproca y justa, entre los actos humanos, manifestada a través de nuestro mundo psíquico, que, si unas veces se traduce en placenteros deleites o amarga aflicción del espíritu, y que parece a manera de premio o castigo por nuestra buena o mala acción que le ha precedido, es igualmente cierto que, otras veces, materializando los hechos y haciéndolos repercutir en lo tangible de nuestro ser, nos presenta libre o fácil, como si de un guía fiel se tratara, el camino que nos conduce al bienestar y felicidad de nuestra vida, o nos hace sucumbir en la desgracia, e incluso en la propia muerte, si tan indigna fue la conducta.
Ni milagro ni castigo divino. No hay tales. Sino una especie de justicia distributiva, dijéramos inmanente en nuestro propio ser una como maravillosa, pero sencilla y natural irradiación de nuestros actos sobre el mundo de lo invisible, que, al recobrarse más tarde, se convierte en una efectiva atracción hacia nos, del bien por el bien que sembramos, y del mal por el mal que hicimos.
Y así, aquellos que faltaron a su juramento o promesa y que fueron desleales y que fueron traidores a la Masonería, y formaron a la cabeza o conjuntamente con estos que hoy "legislan" contra el mundo masónico, ellos mismos se trazaron el camino de su castigo y en él perecieron a manos no más que de su propia traición.
Unos, murieron, ciertamente, y con la muerte pagaron su delito.
La sentencia que un día oyeran pronunciar ante el Altar de los juramentos, se ha cumplido.
También en los demás y sobre cada uno de ellos, de los que igualmente faltaran a su palabra prometida, es posible que la sentencia se vaya viendo, al fin, cumplida.
Mas, volviendo al prólogo de esas disposiciones, seguimos leyendo, refiriéndose precisamente, a los que con su sangre "lavaron sus yerros", dicen ellos; "pagaron su delito", decimos nosotros.
"Acogiendo tales postulados -dicen- no hacemos sino mantenernos fieles a los principios cristianos y a la generosidad del movimiento nacional".
Es decir, que fue en nombre de Dios y fue en nombre de Cristo que sus crímenes cometieran y aún siguen perpetrando. Y es ahora en nombre de ese mismo Cristo, que pretenden algo así como rentar o alquilar, para los perjuros caídos, un lugar a la diestra del Dios Padre, en el cielo, y un puesto de gloria -de esa gloria sangrienta forjada en crímenes fratricidas- a la diestra de Dios... Franco en la tierra; a la par que tratan de evadir esa responsabilidad que les afecta, procurando tomar la delantera: erigiéndose en jueces, ellos "los homicidas", y constituyéndonos en reos, a nosotros que, como anteriormente decimos, habremos de ser, en su día, en nombre de la Humanidad que gime sus más inexorables jueces.
Como en cierta ocasión dije, en el mundo profano, ¡sarcasmo mayor no existe!...
Pero y es tanto más sarcástico el caso, en cuanto que este cúmulo de disposiciones sacrílegas por todos conceptos e injuriosas, han sido, más que inspiradas, escritas al dictado de la propia Iglesia Católica por boca y pluma de uno de sus "ministros": El padre Tusquet, a estas horas, posiblemente, ya nombrado nuevo Inquisidor general del nuevo Imperio español.
Ahí está su libro "Masones y Pacifistas", recientemente comentado en un discurso por el hermano Diego Martínez Barrio:
"Los masones son peores que los comunistas, porque son más hipócritas" -dice el reverendo Tusquet-. "Y todavía más peligrosos, los masonizantes, porque son más hipócritas aún. Hace falta un Torquemada. Los conversos constituyen el problema del régimen. Pero contamos con los hombres de corazón. Eso basta. El régimen, su policía intelectual y su policía de oficio, cumplirán su deber".
Y efectivamente, acto seguido, "el régimen", obedeciendo los mandatos de la santa madre iglesia, elabora su "ley" que arremete contra todo "masón, masonizante y converso", in nomimne Patris, et Filis et Spiritus Sancti, y también in nomine patris Tusquet.
Y bien, a partir de este instante comienza el articulado de la supuesta "ley" en la que se crean nuevas figuras de delito a la cabeza de las cuales -¡cómo no!- se consigna la siguiente: "pertenecer a la Masonería".
Esto quiere decir, que el solo intento de querer ser hombre libre, conforme a los dictados de la propia naturaleza humana, constituye, en esa nueva España imperial, un grave delito. En este aspecto, el régimen actual que sojuzga al pueblo español es mucho más reaccionario, mucho más retrógrado que la propia monarquía de 1876. Allí al menos se reconocía la libertad de "reunión" y de "asociación", la de la "palabra" y de "imprenta", y en el orden religioso se aceptaba la libertad de cultos. Comparando, pues, lo de hace 64 años con lo presente, es indudable que la España italo-germana-vaticanista de hoy progresa en proporciones geométricas, muy alarmantes, solamente que hacia atrás.
Pero, naturalmente, este imperial concepto de lo humano y hasta de lo divino, no puede ser una sorpresa para ninguno de nosotros.
Yo recuerdo que, apenas llegado a México en agosto del pasado año, alguien escribió unas décimas que son a manera de muy tristes "saudades", en algunas de cuyas últimas estrofas se canta la auténtica situación de esa pobre España mártir.
Decían así...
No os perdáis la 2ª parte de La persecución franquista a la Orden Masónica (1940)