La noción de persona sólo se esclarece en un proceso histórico que permanece siempre abierto porque dicho proceso exige un movimiento analógico, que va desde la experiencia humana hasta el misterio de Dios para, desde aquí, volver hacia el hombre. Sólo de este modo se ilumina la vocación del hombre: desde el misterio de Dios. En el misterio cristiano, en su horizonte, la analogía del ser y de la persona están intrínsecamente atravesadas y marcadas por la Revelación salvífico-cristológica del misterio de Dios y del hombre. Para la reflexión cristiana, la persona de Cristo es el analogatum princeps: de éste parte y hacia él confluye el movimiento analógico antes señalado.
Ser persona escribiendo una vida
Desde el punto de vista de la fundamentación última, hay una prioridad trinitaria inmanente sobre la economía soteriológica y cristológica. Esto significa que la noción de persona no puede ser presupuesta de una vez por todas: es una noción que madura a lo largo de la historia y a la luz del Acontecimiento de Cristo. Este Acontecimiento ha sucedido de una vez por todas (éphapax) y es la anticipación del designio de Dios para el hombre. Gracias a Él podemos superar el tiempo e introducirnos en el Hodie de Dios. Así, la vocación de la persona es una metáfora abierta en continúa mutación semántica y orientada a una comprensión cada vez más adecuada. La tensión entre protología y escatología está servida. Sin ella no seríamos lo que somos o, mejor dicho -y para incluir en el discurso a la sociedad neopagana y secularizada actual-, sin ella el hombre pierde el impulso hacia su acabamiento: se deshumaniza, se despersonaliza.