(JCR)
No puedo más. Creí que perdiéndome a más de seis mil kilómetros de España, entre los volcanes y selvas del Corazón de las tinieblas en la República Democrática del Congo conseguiría ocultar mi angustia y olvidarme de la gran contrariedad que me aflige desde hace años. Pero no ha sido así. Doblo cualquier esquina en las callejuelas ruidosas de Goma que bullen con mujeres vestidas de telas de colores que venden pescado seco y muchachos que empujan pesados fardos y allí me doy de bruces contra ella. Huyo de la ciudad para llegar a pueblecillos donde sus habitantes viven en cabañas de barro y paja y me sale de dentro de la primera donde me paro. Voy a mi lugar de trabajo y los chicos con los que tengo que organizar actividades se me presentan luciendo sus colores. Allí está, esperándome siempre, sin tener piedad de mí, hasta en el lugar mas recóndito de los trópicos, la camiseta azulgrana del Barça, azote y pesadilla de un madridista de toda la vida como yo.
Yo, señores, soy del Real Madrid porque en mi casa siempre lo hemos sido, de toda la vida. Se suele decir que una persona puede cambiar de nacionalidad, empresa, de ideas políticas, de religión y hasta de familia, pero no de equipo de fútbol. Y yo siempre he estado con el mio, en las alegrías y en las penas, que durante los últimos años ha sido muchas porque no conseguimos ganar una liga ni con todos los millones del mundo ni con todos los cambios de entrenador habidos y por haber. Creí que en tierras africanas encontraría consuelo a mis desdichas y un oído comprensivo, pero es todo una ilusión.
Ayer mismo, mientras iba en mi coche tragando polvo y sudando la gota gorda en dirección al mercado, me adelantó una destartalada furgoneta-minibus que en su parte posterior lucia la leyenda « Viva Real Madrid ». Se me levantó el ánimo y me alegré que por fin Dios hubiera escuchado mis oraciones, dirigidas a Él por mediación de San Juan Bosco, con cuyos hijos –que entienden mucho de fútbol- vivo y trabajo. Me coloqué a poca distancia del vehículo portador del mensaje de consuelo pero finalmente el caos de un ejercito de moto-taxis y camiones cargados hasta arriba me engullió en un embotellamiento en el que mi sueño se esfumó entre una sonata para claxon y silbatos de guardia acompañado de coro de gritos de orondas señoras que pregonaban con desfachatez su mercancía al ritmo del sukus congoleño que brota de las entrañas de la tierra.
Si llego a Boscolac, nuestro centro humanitario donde mi ONG tiene el proyecto, me rodean los chiquillos del barrio para indagar mi nacionalidad. Como quiera que ya saben que soy un muzungu espagnol,du pays qui a gagne la Coupe du Monde du Football en Afrique du Sud l’anne passee, vous savez, no me sorprende la siguiente pregunta que me llega como un latigazo : ¿Y eres del Real Madrid o del Barca? No puedo mentirles. Intento convencerlos de la superioridad técnica y del impecable historial deportivo del equipo merengue pero sus sonrisas irónicas delatan su poco convencimiento. Y desgranan a coro la alineación culé como quien repite cantando los diez mandamientos en la clase de catecismo : Messi, Villa, Iniesta, Busquets, Puyol, Piqué… no, no quiero seguir. ¿Quien se lo ha enseñado, donde lo han aprendido ? Prefiero no saberlo.
Por lo demás, ni una camiseta del Real Madrid por estas latitudes. Como si no existiera. Prefiero pensar que la verdadera razón es que una vestimenta blanca debe de ser muy difícil de conservar limpia en este lugar donde abunda el polvo y el jabón es caro. Pero antes de marcharme de vuelta a los madriles me gustaría, con el celo misionero de quien no se resigna a perder, convertir al menos a uno de estos chavales y ver como abraza la fe madridista y se entrega a la causa entonando con convicción el “Hala Madrid”, aunque tenga que engrasarle el bolsillo con unos cuantos francos congoleños para que termine de decidirse. Cuando llegue ese momento glorioso, me convenceré de que mis esfuerzos no han sido en vano.